martes, 30 de diciembre de 2014

¿Dónde está la norma?

(Dirección de la Escuela Primaria n° 10. El aula está completamente vacía, en el centro hay un escritorio cubierto de papelerío. Entra precipitada la maestra normal Eloísa Cristófanes, una mujer amena y de ascendencia eslovena)

Señorita Cristófanes:
Permiso, Norma ¿Se puede? No quería interrumpirla pero sólo quiero informarte que Martín del 4°A está haciendo jugarretas otra vez. Ahora se le dio por el punzón, el punzón para cortar el corcho de los pulpos de la cartelera. ¡Santo Dios! Le dije aproximadamente unas cinco veces que dejara de usarlo, pero pareciera que le hablo a un banquito vacío. Lucas, que se sienta con él, primero reía sin control pero recién lo llegó a mirar con desconfianza y se sentó a mi lado mientras yo recortaba más estrellitas de mar. “Seño seño, me da miedo Martín con ese destornillador”, me dijo en su inocencia de niñito. ¿Qué se puede hacer, Norma? Si yo le hablo no me presta atención. Parece hijo del demonio. Ese es el problema de las escuelas de ahora, y todo gracias a su excelencia de la historia argentina que derogó a Dios de las escuelas cuando yo era adolescente, por el 50. Si eso no hubiese cambiado, estaríamos mucho mejor. ¿Acaso se cree, Norma, que si le pregunta a un chico los mandamientos se los sabe? Un mandamiento es una ley, una ley divina. Si los hombres la evaden, se alejan de la gracia. ¡Por eso los quebrantan constantemente! Mire, Dios es justo y ampara pero también castiga. ¿Pero cómo puede hacer justicia alguien de quien siquiera se tiene conocimiento de existencia?
(Se escucha de fondo la sirena de una ambulancia)

Yo la previne Norma. Dios castigó. Ese chico no quería soltar el punzón, y se lo tuve que sacar; pensé quizá Dios lo educaría mejor que sus padres. 


domingo, 11 de mayo de 2014

Auxilio, pacientes


Cuando el viento me golpea, los cristales del ventanal se vuelven imperceptibles.

Afuera, la gente esperaba para morir; de pie, con las pupilas perdidas, desnudos o en pañales reciclados. Los más decididos simplemente imitaban la forma futura, figura que alimentaría a las raíces de los álamos. Tosían y gruñían como alimañas, hasta ensordecer a los recién nacidos que leían de ese mundo el ruido de las sirenas y de las máquinas. Parecía que escupían una dañada y maloliente bilis negra como cal. Los huesos rechinaban y se volvían polvo; y los rostros se desarmaban en porciones, como una laja golpeada. 

Yo me consideraba diferente: no un contaminado, sino un converso. Ni el grito de los niños torturados ni las vocales de los pacientes, sólo el canto de las sirenas y las máquinas me endulzaba.

Cuando el suelo me golpea, los cristales del ventanal se vuelven imperceptibles. 


martes, 21 de enero de 2014

Sin título (en los tiempos que corren)

            Esperé. Observaba la penumbra que todo lo abarcaba, y esperaba que mi deseo se concretase: quería escucharlo respirar, pero no lo estaba haciendo. La posibilidad de que mi amigo sea una porción de carroña más junto a su coinquilino me aterraba tanto como ser escuchado por el verdugo. Pensará que fue un arrebato de la insania propia de la soledad que me hizo aproximar a un hemisferio del muro. Era el más húmedo, pero también el más fino. Pensaba que allí se dibujaba una circunferencia con una cruz en el medio, como si fuera un indicio de mi función en el relato. Comencé a golpear, al comienzo con una suavidad incontenible que se perdía en la desesperación del vacío. Uno, dos, tres… el muerto seguía en el suelo, incluso ya podía oler la putrefacción de la carne. Me agitaba, y pensaba; o me agitaba porque pensaba. Ahuyentaba a los bichos, fanáticos por el banquete. El zumbido ensordecedor decrecía a medida que en mis uñas quedaban restos de piedra y humus, y la pared se desmoronaba de a poco. Sentía mis dedos tocar el viscoso hedor de los gusanos que habitaban en la oquedad de los muros, con una textura que desenmascaraba la falsa aspereza ígnea. He aquí lo increíble, cuya existencia recordé luego del olvido. Me pareció poder ver un destello; en realidad me pareció ver. Creí que la vista era otra capacidad muerta en mí, que había borrado los recuerdos de los claroscuros, de las curvas y los rellenos; y que mi conocimiento se había demarcado en lo invisible. 


lunes, 14 de enero de 2013

Sin título (por ahora)

Escuché con virulencia a Monsieur Arnaud y su exposición. De a poco los participantes iban silenciando. Todos querían escuchar al sabio. Con su frente un tanto fulgente por el calor y su barba como la de los sabios de las tribus antiguas, el viejo captó la atención de los presentes. Una vez concluido el discurso, todos concluyeron en que su retórica causó un inesperado efecto de disonancia. Respiré profundamente el aguerrido diálogo entre los participantes de la escaramuza. Luego de un rato prolongado,  deslicé mi espalda por uno de los muros hasta caer en el suelo. Esos animales rugían, como monstruos, como máquinas gigantes que trituraban metales y los fundían. Yo meditaba, observaba el contrato, el polvo de mis uñas. Me hundí bajo una empalizada de pantorrillas y de calzados pobres que buscaban pan, que acarreaban bebés y que oscilaban al compás de los gritos, como si fuera un vals de la Corte. Abrí mi libro, y leí. 




(Fragmento)

domingo, 26 de febrero de 2012

Viaje de las dunas


Esto es un breve, brevísimo bosquejo de mi nuevo trabajo.

Despertó. Recorrió sigilosamente el lugar con un movimiento elíptico de la mirada. El suelo, abrumando en un pastizal seco, perdía su finitud hacia el horizonte y se fundía en la indeterminación de los muros. El firmamento se alborotaba de rojizas luces, más rutilantes que las estrellas. Parecía poder palparlo ella misma. Todo estaba oscuro; la sombra convertía el lugar en nada, le quitaba identidad y le imponía una nueva fisionomía. A lo lejos, y por el entrecierre de sus ojos, divisó una pequeña puerta de vértices curvilíneos. La dama había olvidado las nociones básicas de conocimiento, había desarticulado su lógica. Las pictóricas cortinas de su recámara habían perdido la calidez y la arroparon en… ¿un sueño? Una travesía sin idealización o una partida del campo de disturbio. En el fondo, aquellas arenas eran conocidas, en algún momento las había pisado. Eran zonas de tierras húmedas que el Sol nunca tocaba, y donde la sombra devoraba y gobernaba. La soberana había muerto, ya olfateaba su cadáver descomponiéndose.

En la puerta (sin saber si era una salida, una entrada o siquiera qué lugares conectaba), una criatura monstruosa aguardaba su llegada. Era un gigante que duplicaba su estatura, de espaldas anchas y tez cobriza. Tenía unas pantorrillas fibrosas que sostenían un tronco abominable, similar al de los esclavos de los días de Ra. Gruñía. La ambigua figura concluía con una hostil cabeza de chacal, con pelaje noche y colmillos de marfil, como los de las alimañas de los relatos del río. Pavorosa, la secuestrada intentó comunicarse, pero la bestia no era bestia sólo por su zoomorfismo, sino porque no dominaba su misma lengua. Le indicó con la mirada que lo siguiera, y así lo hizo ella, con cierto halo de confianza. Anduvieron por un sendero lineal de bordes anaranjados. El chacal a la cabecera, ella detrás, encogida de hombros, incomunicada. El diálogo era nulo pero comprensible. La soberana conocía a su guía. El temeroso Anubis marcaba su ruta, y ella predecía adónde llegaría.

Había arribado al santuario que la brisa arrastraba de lenguas a oídos. Anubis se detuvo y se reubicó al foro, estático. La prisionera inhalaba con vehemencia para clamar su inquietud. Delante de ella estaba la balanza. De izquierda a derecha, dos platillos claramente visibles, brillantes y de color de las arenas levitaban sostenidos por el mismo aire. Equidistaban y no existía un mínimo margen de oscilación. Reconoció que había llegado su momento de estar ahí, como narraba el Libro de la Salida al Día. Sin embargo, no recordaba cómo fue que había partido su tierra. Estaba en el Imperio del Duat, un sitio de condena y de evaluación, de juicios y penas, de sangre y gracia. Era su turno.

(Fragmento)



He estado ausente por mucho tiempo. Me encuentro en deuda.

lunes, 30 de mayo de 2011

Lucha interior

Si me preguntan cómo me siento, creo que no sería capaz de responder. Si nos interrogan, en cambio, podríamos llegar a alguna clase de arreglo. Así podría hablar, si interrogan, si nos interrogan, a nosotros, un tú plural.
Pareció casi imperceptible cuando sentí esta confluencia que llevo con más dificultad día a día. De la mañana a la noche pasé de tener un cosmos al averno, intentando escapar de las aguas del Leteo matizado con aguas de leche y miel.
Me quedo estático ante el espejo, cuestionándome (o cuestionándonos) acerca del porqué.
La quietud de mi alcoba siempre acompaña los acordes del silencio, pero se destruyen por las ensordecedoras campanadas de mi meditación. Una reflexión que hasta a veces se torna desgarradora ante la bestia que muerde las carnes de la conciencia.
Criatura que el todo lo devora, que se apodera de las paredes del palacio para cual magma fundirlas. Todo se derrite en un espíritu incluso amorfo.
La lucha es diaria, el espejo me incinera y la mente cae en olvido. La bestia, el arcángel, la distinción y la dualidad; constantes permanentes del día a día, del modo de vivir. Un descampado y una encrucijada de maniqueos. Sólo busco decisión y libertad, y perder las cadenas que me impiden ver el brillo. Una luz que siempre he tenido delante, y que me suaviza cuando no me veo al espejo.

Tomé mi maleta, cerré la puerta y continué viaje. Una vecina me preguntó cómo me sentía, pero no respondí.




Monsieur Magnifique

viernes, 13 de mayo de 2011

El mundo se sienta a mi lado, bella. Se apoya sobre mi hombro y respira profundamente.



Conozco cada momento, cada finitud, cada recoveco. El valor del singular se desploma en un cosmos, y nunca has dejado de sostenerme.






viernes, 11 de marzo de 2011

La marea

No tardé en bajar los peldaños al golpe de la puerta. Mucho menos tardé en encorvarme para observar por la perilla. Oscuridad; me intrigué. Abrí, suavemente, dudando acerca de lo que podría suceder del otro lado. Sólo nos separaba una placa de madera, de no mucha mayor altura que la mía; y la vacilación era continental. El golpeteo se acrecentaba, me intrigaba el misterio anverso. Abrí de a poco. Alerté a mis manos cuando sentí al fuerte presión que del otro lado empujaba. “¡Ayuda!”, grité con fulgor. Mis cabellos comenzaban a humedecerse y mis manos trepidar. Era dificultoso. Mis brazos se dilataron a la par de la circulación de mi sangre, continuaba haciendo fuerza. No podía cerrarla, ahora intentando con mi espalda. La desnudez de mis pies se deslizaba en el suelo siempre pulcro. Intenté alertar a los vecinos: “¡Fuego, fuego! ¡Emergencia!”. Nadie reaccionaba, ni dentro ni fuera de los muros de mi casa. El sudor impedía la fricción y me era casi imposible seguir sosteniendo la puerta.
Agoté mis energías, y me lancé en una marea de libros que había despedazado la puerta. Un tsunami de hojas, lomos y tapas que me derribó de un golpe. Nunca había observado tantos libros en mi vida, ni siquiera en las bibliotecas más grandes. Se había inundado la totalidad del salón, llegando los tomos del Lazarillo y los manuales de gramática a mi pecho; mas no dejaban de surgir más. Provenían del exterior. No podía moverme, ni siquiera rotar; estaba atrancado por los acertijos de Christie. Apreciaba el cielo raso cada vez más cerca, hasta que pude palparlo con mis manos. La entrada se había perdido en la marea. Las hojas entraban ahora también por las ventanas, rompiendo los sostenes de las cortinas uno por uno. Otras provenían del baño; pero todas caían del despejado cielo. Era el diluvio tan profesado, que alguna vez fue extrapolado por los mayas anunciando el fin de las civilizaciones de Américas; pero nunca predeciría sería ocasionado por literatura. No podía trasladar los labios para esbozar una mínima frase de ayuda, ni mecer mis extremidades en búsqueda de nuevas posiciones. La sólida marea me dominaba, el techo ahora sobre mi mejilla, la espuma encegueciendo mi visión y el firmamento granizando códices. La gran sala fue ocaparada, y sus paredes perdieron su rosáceo en un tono gótico e imperceptible.

Aquella mañana, el fanático lector fue hallado en su lecho, sin signos de latidos y abrazado a Calixto y Melibea, siendo el rigor mortis el que no los separaría.

Monsieur Magnifique

martes, 8 de marzo de 2011

Suave roce terso

Suave roce terso,
descenso a los confines.
Suave roce terso,
pasajes en tu mirada.
Suave roceterso,
perfume, solidez.
Suave roce terso,
comparto con mi amada.

domingo, 20 de febrero de 2011

Observado

En el fulgor del viaje, leía a Isben mientras luchaba con el vaivén del transporte. Observaba por la ventana. Volvía la vista a las hojas. Nuevamente al paisaje. Cuestionábame si realmente vivía en la res pública o si había alguien reprimiendo mi mente. Así se vive en Argentina, en Latinoamérica, desconociendo el sitio y la vivienda, desconociendo el derecho, desconociendo mi propio pensamiento. Seguí apreciando al noruego.

domingo, 6 de febrero de 2011

Cartas de Rosa y Manuel (VII)

Buenos Aires, 9 de octubre de 1999

Querido Manuel:
Hoy quiero expresarte mis palabras, pero no soy yo quien está escribiendo. Mari, mi encantadora enfermera, me está ayudando. Sí, enfermera. Hace unos días he sido internada porque tuve una descompensación en casa, pero dicen que no es nada. Estoy acá en el Hospital de Clínicas, pronto me darán el alta, pero me siento muy debilitada como para poder tomar la pluma.
Acá todos se portan de maravillan y me cortejan como a una reina. Extraño mi hogar, mis paredes, mis ventanas, la vista al limonero del jardín y, principalmente, te extraño a vos, adoradísimo Manuel. El estar aquí postrada me hace tener tiempo sobrante para meditar, pero tu bienestar es una constante en mi pensamiento. La televisión tiene pocos canales, y no pasan muchas noticias sobre África. Todo aquí es frívolo y me siento sola; bueno, en realidad es un hospital, así son.
Afortunadamente, Julián permanentemente viene a visitarme. Su esposa no tanto, pero eso no me importa a esta altura de mi vida. Me acompaña muchas horas, exceptuando las que trabaja. Creo que ha recapacitado acerca de sus padres. Seguro que cuando vuelvas, viejo, va a venir a casa los domingos a comer. Está tan grande. Incluso se dejó la barba, ese estilo que está de moda (le dije que no me gustaba cómo le quedaba, pero ¿creés que me va a hacer caso?). El otro día me estaba hablando algo acerca de su empresa, no recuerdo específicamente, y yo observaba con aciago su rostro, trasladándome a treinta años atrás, cuando nos divertíamos con las imitaciones que hacía de los personajes del teatro. Era tan chiquito, y ahora el tiempo como un soplo le dio arrugas. No me quiero imaginar lo que habrá hecho conmigo.
La Juanita y la Julia también vinieron, me trajeron montones de cosas ricas para comer pero acá no me dejan. Sí, yo no la dejo (Mari). Así que estoy resistiendo las tentaciones.
Es hora de un medicamento, y voy a abandonar la carta porque la joven en lugar de mejorarme preferirá envenenarme. Te envío mis cariños a través de estas palabras, y mi mejor augurio para el forzoso trabajo que estás realizando. Cada reflexión me recuerda lo orgullosa que estoy de mi marido, y cómo se acrecienta el dolor que siento al pensar en lo mucho que te extraño.

Tuya siempre
Rosa

Para ver las anteriores Cartas de Rosa y Manuel hacer click aquí

Monsieur Magnifique

domingo, 30 de enero de 2011

Ama a tus hijos



Tras el anuncio de su progenitor, ella encaminabase dichosa y anhelante al encuentro del soberano, fuente de codicia. No concebía explicación, sino que estaba obstruida. Habíase propuesto olvidar los recuerdos de su infancia en Áulide, para emprender una vida de gloria junto al magnánimo. Ciega de razones, tanto así que nunca esperaríase el anatema de Artemisa, mucho menos, la traición del propio padre.
Monsieur Magnifique

martes, 11 de enero de 2011

Eterna caminata

Como dijo San Agustín de Hipona cuando se le preguntó qué era el tiempo, “Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé. ". Hubo, hace no tanto tiempo, una ocasión en el que el tiempo real se dispersó con el tiempo mental. Prefiero ser breve y conciso, y fundamentalmente claro, pero tomándome mi tiempo.

Recuérdome de pie, esperándola. Pocas veces había puesto tanto empeño en arreglarme que hasta mis medias combinaban con mi remera. El sol abrumaba mi frente y se convertía en un letal enemigo de la prolijidad. Estaba nervioso, muy nervioso. Oscilaba entre el peso de una pierna y otra, sin encontrar el equilibrio, mirando a los autos que pasaban. En frente, aquella casa rosada tan característica parecía ensancharse y bruscamente encogerse. En una rauda vista a mi izquierda, la vi venir. Ahora sí, voy a comenzar a ser minucioso en la descripción.

Se suponía estaba a pocos metros míos, pero su caminata fue apreciada como si se aproximara de hectómetros atrás. Portaba una dulce e impoluta imagen que con mucha sencillez frotó mi pecho. Sus sandalias color alba eran de perfecto encaje con su pantalón, y su blusa se enlazaba con el tinte anaranjado de sus mejillas. No caminaba, sino que se deslizaba en un pavimento dorado de forma sosegada. El viento la rodeaba y jugaba con sus cabellos volátiles que, por cierto, nunca perdían su delicadeza. Sus ojos se entrecerraban con el amanecer de una tenue sonrisa (de encanto, por supuesto, pero que desprendía cántaros de introversión) que irradiaba estrellas mar y dulce. Una mirada ansiosa me bamboleó, en especial en el sugestivo vaivén de sus pestañas danzantes. Me quedé días abrazándola con la mirada, aunque creo fueron meses eternos. Todo ese tiempo estuve de pie, pero cansancio nunca sentí. Sólo me reconfortaba el verla aproximarse, acercarse pero nunca arribar, de forma lenta. Todo ese tiempo, que se colapsó luego de un “Hola” que ella emitió.

Si me preguntan qué sucedió, les puedo decir que el tiempo se licuefizo en mis propias manos, y no pude ser capaz de verlo. Tuve oro y opté por rocas volcánicas, que siguen ardiendo hasta hoy. Me lamento no conocer el porvenir, ni poder asegurarlo o devenirlo. Pero considero que siempre estarán las mismas arenas, esperando a ser transitadas por una nueva pisada y deseosas de yacer en la espuma.
Monsieur Magnifique

miércoles, 5 de enero de 2011

2011

To be or not to be – that is the question:

Whether 'tis nobler in the mind to suffer

The slings and arrows of outrageous fortune,

Or to take arms against a sea of troubles

And, by opposing, end them. To live, to breathe

William Shakespeare -Hamlet (Adaptación)



Se avecina un nuevo ciclo.

Se siente la dulce brisa de cambios.
Se huele el aroma a lo desconocido.
Se admira las añoranzas del pasado.
Se despide del capullo colgante.
Se echa una mirada al brillo.
Se da una caricia duradera al sueño.

martes, 28 de diciembre de 2010

Literatura ¿Para qué?

Como última entrada del año, me gustaría concluir con la siguiente reflexión...

Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.

Borges, Jorge Luis. El Gólem

Es desde el amanecer al ocaso que llevamos las palabras como gajos de nuestra cotidianeidad. Están siempre presentes, a cuestas desde infantes hasta los más remotos tiempos de senectud. Aquellos vocablos son los capaces de acercarnos y alejarnos, y hasta alcanzar las ánimas de los demás. Las palabras, a diferencia de las piedras, son ya por sí mismas significaciones humanas, a las cuales da el poeta otra significación 1. Son aquellas palabras las que conciben a la Literatura y nos permiten alcanzar las más bellas joyas de la lengua que gozamos.

Desde la antigüedad grecolatina se intentó buscar una definición de Literatura, y es hasta nuestros días que no se ha encontrado. ¿Un misterio inexplicable? ¿Un eterno enigma sigiloso? Definitivamente. La Literatura es magia pura, creadora de horizontes superrealistas y paisajes nunca antes explorados. La Literatura sirve para comprender a los demás.2

Fue desde que al hombre se le ocurrió plasmar su pensar en un muro pétreo de alguna gruta que la Literatura existe. No debemos, seres de pasiones, olvidar las grandes influencias originarias de dicho arte. Pasando por los versos Cátulo y las controversias de Safo, atravesando las hazañas homéricas, los combates y desamores de Virgilio, los llantos de Esquilo y las carcajadas de Aristófanes; fueron sus palabras trascendentes en la historia algunas de las que hicieron a la Literatura un arte inspirador para las personas.

Es nuestra lengua la que nos arropa en los solsticios, aquella lengua que el vicio de hegemonía logró conseguir. ¡Qué sería de la lengua, sin aquella Literatura! Aquella Literatura que se ha extraviado en las hondas aguas del anonimato y ha padecido a divagación de la oralidad. Literatura que Manrique supo llevar al plano del inframundo y al edén, que Gracilazo supo cuidar cual frágil cristal, que Fray Luis de León y San Juan de la Cruz supieron espiritualizar y que Cervantes supo llevar hasta la excelencia del áureo lenguaje. Letras de capa y espada, invasiones y reinados, hambrunas y riquezas, prosas y versos. Es aquella la lengua que hoy nos escolta, adepta cual el mejor de los camaradas. Que nos acompaña a través de lunas y soles.

Sin embargo, no hay que olvidar que los grandes amores conllevan también los grandes dolores. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras3. Nos conformamos como un todo capaz de diferenciarse y de tomar participación propia. Una Latinoamérica pensante. El deseo de propia liberación hacía latir nuestros cimientos, ¡y finalmente logramos despojarnos de las cadenas de las Sagradas Escrituras para poder crear nuestros propios escritos! Obras que realzaron lo propio, lo autóctono, lo originario, lo nativo. Arte de pueblos y naturaleza, de dominantes y dominados, de realidad y fantasía. Textos que luego de la resonancia de una explosión pudieron propagarse por todos los continentes y hacernos sentir ufanos del yo americano.

Supimos bien defender lo nuestro, y crear una Literatura perteneciente, salpicada de tinta plata y firmamento. Nuestras letras, nuestras palabras. Arte de revolución, de ideales, de libertad. No fue aquella sino la Literatura de nuestra identidad: una pasión argentina. Literatura de dualidad, de luchas constantes, de civilizados y bárbaros, de letrados y payadores, de intelectuales y obreros. Nuestra Literatura es perenne tanto como los trazados clásicos. Sobreviven desde las demasías más exacerbados de literatos efervescentes hasta las más duras prohibiciones y dictaduras militares. ¡Sí, nuestra Literatura es digna de orgullo! Literatura que Echeverría supo compartir luego de sus travesías, que Hernández supo marcar como “Biblia nacional”, que permitió a Laferrere y Discépolo plasmar los cambios transculturales y las injusticias más hondas, que alteró los tiempos reales e irreales de Cortázar, y Literatura de magnificencia, esplendidez, plenitud y honra que el gran Borges supo proyectar con humildad en todos los corazones argentinos.

Las palabras son colegas de vida que siempre nos ayudarán a defendernos y a no dejarnos avasallar ni sojuzgar por colosales titanes que adoptarían fácilmente una figura diminuta. La lengua nos permite ser quienes somos y adquirir un papel singular en este proscenio tan complejo al que llamamos “mundo”. Y si a usted, querido lector, le ha quedado alguna vacilación sobre el propósito de mis líneas, sepa que nada de lo que existe a su alrededor, ni siquiera estas sumisas hojas, sería posibles si no fuera gracias a la Literatura.

1 - MAchado, Antonio -2 - Amos, Álvaro -3 - Neruda, Pablo



Gracias por acompañarme en este viaje. Nos leeremos el próximo año.
¡Felicidades!

Monsieur Magnifique
y todas las criaturas del Jardín

Protegido por el Derecho de Propiedad Intelectual

jueves, 23 de diciembre de 2010

Prisionero

Me sentía flotando mientras observaba el firmamento. No tardaban en pasar las nubes que ya encontraba una nueva forma en otra. Una caja. Dejé de flotar, para encontrarme encerrado. Sí, encerrado en un tercer cajón, sujetado por sombras y con un fuerte deseo de salir.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Cadáver exquisito


En un instante impensado, me dispongo a olvidar las estructuras. Un instante nada más. Tomo un viejo papel de un cuaderno de los tantos, una tijera azulada que tenía en una lata perdida y me dispongo a hacer fluir mi mente. Sin ningún tipo de control o censura, sino con la total espontaneidad y libertad que todos deberíamos tener. Libertad que todos los pueblos latinoamericanos deberíamos respirar.

El ocio es inspirador, noto ahora por qué los filósofos de la antigua Grecia pudieron razonar tantos fenómenos sin concepción alguna posible. Aquella facultad, sumada a una solitaria y calurosa noche de primavera, tocaron mi hombro derecho para sentarme a escribir un azaroso poema que retoma preceptos de un poco menos de cien años atrás.

¿Fue controlado? Fue inconsciente. De allí, fuente de todas mis ideas netas.




Siento deseos de puro automatismo.
Rousseau siempre tuvo la razón.
Cuelga un rosado toallón;
los lagartos, siempre devoran las moscas.
Casi
no veo las nubes en el firmamento,
el anaranjado maúlla: “Socorro, comida”, pide.
Seguro detrás alguien también me vigila.
Hedor a carnes muertas.
“Miau”.
Seguro no comprende ni un ápice,
un jardín puro, cristal;
y sigo pensando en Góngora,
con su mirada tajante
sigue mirándome.
Es una pena, tanta belleza derrochada.
Sólo hay una estrella,
es música para mi psyche
que se acopla con el brillo de la luna.
El caer de la fuente de mamá.
Los colores rodean y vislumbran nuestra vida.
Pienso constantemente en Góngora, mi amigo.
El aroma a carnes molidas.
Mi corazón palpita más fuerte;
ya rodean, ahora, mi piel…
la estatua perdió su brazo.
Cuento ¿Cuento? ¿Con quién?
Ella está cubierta de vello.
¿Maldad?
Agua contaminada,
lejos, fuera, me observa.
Me ignora y mira hacia el occidente.
Silencio”, grítame el jardín.


Monsieur Magnifique

viernes, 26 de noviembre de 2010

Lluvia


Continúo sentado, tieso y estático, atravesando de a ratos las cortinas con mi mirar. Veo a las nubes llegando y al firmamento tornándose grisáceo. No quiero ver llover. Temo, comienzo a temblar hasta súbitamente precipitarme. ¿Precipitar? No lo deseo, le temo, le temo. La simple fantasía de imaginar las gotas rozar el sustrato acelera mi palpitar, hasta pronto hacerlo detener. No quiero ver llover, ni mucho menos sentirlo. No quiero sentir la lluvia.


Monsieur Magnifique

sábado, 6 de noviembre de 2010

Cartas de Rosa y Manuel (VI)

Nairobi, 22 de Septiembre de 1999

Querida Rosa

Me alegra recibir noticias tuyas, y también me desencantan varias de las mismas. Mi hermosa mujer fornida, no debes decaer; sólo pensá en lo pronto que voy a estar allí. Juntos, para que me prepares lentejas y locro como el que vos sola sabés hacer.

Fue el día de ayer en el que algo sucedió en plena expedición. No suelo entrometerme en la tarea de los obreros, pero no toleraba más la ineficiencia de estos jovenzuelos. Creen que al venir a otro continente su vida ya está realizada, y no es así. Noto que sus padres no les inculcaron el amor al laburar y al romperse el lomo trabajando. Ese imperfecto hizo que fabricaran un hoyo en el sustrato tan inestable que hizo que me cayera. En parte fue mi culpa, ya que no aprendo que yo soy el que doy las órdenes y no el que las ejecuta. Forcé mis viejos brazos para sostenerme de las paredes, pero fue imposible. El leve aro iluminado de la superficie se cubrió por una parduzca oscuridad de lodo, y no figuré la realidad hasta que me encontraba en una clínica hospitalaria.

No pasó nada Rosa, no te asustés. Sólo unos raspones y algunos huesos rotos. Tengo varios yesos. Me enerva el no poder colaborar por unos días en la investigación, mí investigación. La operacionalización se atrasa, el material se disipa y los datos se volatilizan. El poco pelo que tengo se me está cayendo del nerviosismo. Te pido mil disculpas, tesoro, pero mi retorno se atrasará unos pocos días más. Pucha que lo tiró. Igualmente, ¡qué a vos ni se te mueva una hebra! Todo está en absoluto control, y es sólo un atraso de unos pocos días. Tengo la suerte de estar acompañado por personas altamente calificadas (creo, eso es lo que muestran sus títulos) para desempeñar este trabajo paralelamente al cuidado intensivo de mi bienestar.

Espero que tomes tu tiempo para descansar y mejorarte. No te descuides con los medicamentos, acordate como siempre digo “Remedio equivocado, problema provocado”. El cuerpo humano es un sistema perfecto, pero que puede fácilmente convertirse en el enemigo de uno mismo y de los seres queridos de uno. Pronto, pronto, querida, voy a estar allí. Mi memoria retrae tu perfume cada noche al irme a dormir, y me invita a un sueño profundo donde la principal actriz sos vos. Por eso no te siento tan lejos. Escribime pronto.

Tuyo siempre

Manuel



jueves, 28 de octubre de 2010

Recuerdos de Asterión



¡Qué decepción! ¡Tanto trabajo hecho escoria! Un loco, eso voy a volverme. Tantos tiempo, tanta minuciosidad, tanto aliento y tanto sudor hasta moldear la obra maestra. Nunca reelaboraré monstruo sin igual, ni los mencionados palacios de Egipto se le asemejarían. No siento más que un desdeñoso sentimiento a las raíces, y a los creadores de majestuosidades como éstas. La altivez de tantos en virtud de la destrucción es incomprensible. Asolaron mi casa, mis muros y puertas de infinito número. Alteraron la quietud y la soledad de la bestia.

El hecho es que era único. Y murió en manos del soberbio, del filántropo. Amante de la plebe de caras descoloridas y aplanadas, como la palma de una mano. ¿Quién puede prestar su vida para admirar a un titán destructor? Aniquilador de esperanzas y libertades. Mi criatura ha perdido sentido y mi orgullo ahora carece de espíritu. ¿Repetiré que ya no hay una puerta, añadiré que no hay una cerradura? Me siento abrumado, arropado por la soledad que la partida que mi gran amigo me ha dejado. Muerte, es lo que deseo para aquel bellaco. Como mueren las galerías, como muere la sombra del aljibe. ¡Qué el ananké y las furias corrompan con gracia su profesión, y lo conduzcan un suicidio que lo encierre en una prisión de agonía hasta arribar el hades.

Todo se derrumba lentamente, lo contemplo. Los ladrillos magenta, unos tras otros caen sin que yo me ensangriente las manos, las mías, las que dieron vida y sostuvieron el deceso. Puedo observar la construcción, pero su ser es vacuo. Los gajos han perdido total sentido por un traicionero hilo que condujo a la perdición la laboriosa faena. Ahora nadie entrará jamás, porque ya no existe; porque él ha muerto. Nadie sería liberado de todo mal, ni en nueve o mil años.

Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, hubiera saido el destino de los oráculos y que mi habitante partiría al Hades, por inocencia o codicia. Es por ello que me marcho. Desde lo alto veo mi laberinto intacto, pero para mí, le han quitado la vida. Despliego mis alas a lo aún no conocido, en búsqueda de un nuevo palacio por crear. Un nuevo deseo por lograr, un nuevo cosmos por imaginar, y nuevas paredes por levantar.

Observa – dijo Teseo a Ariadna – Allá va volando Dédalo, el genial arquitecto de este laberinto.




A Jorge Luis Borges

Un pequeño homenaje a un

grande de las letras argentinas


Monsieur Magnifique

sábado, 9 de octubre de 2010

Corazón de hierro

Y dejan sus pasos la huella de un fuerte desentendimiento. No sabe por qué lo hizo, no sabe qué lo motivó. Sólo se regocija en la satisfacción del hecho consumado, de las limpias manos y de la quieta conciencia. No es mi culpa ser como soy. Es difícil estar sin mí, pero peor es conmigo andar. Es usual esta situación, tu ya no estás y yo no lo provoqué. Quizás sí, pero tú misma te marchaste, o te hiciste marchar. Ahora camino, en búsqueda de alguien que me padezca.


Monsieur Magnifique

viernes, 1 de octubre de 2010

A mi Bulita

Recuerdo que bajó papá del auto y me dijo que no estabas. Apresurado, en tu busca fui. No estabas.

Ahora que reflexiono. Siempre estuviste, siempre has estado y siempre estarás, Bulita.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Monólogo. Caín y Abel.


Breve y espontáneo monólogo interior.

Se abre el telón. Al foro un manto oscuro. Luces tenues. Entra Freduardo, un anciano con varias anécdotas encima. Se para en el medio del proscenio. Está solo.

Freduardo: - Mi nombre es Freduardo. Un tanto extravagante, pero con mucho que contar. Mi historia es un tanto particular. Siempre fui un tipo bastante solitario y descreído. Único hombre en la familia, nunca pude entablar pláticas demasiado variadas, verán. Pero nunca habría creído que aparecería aquella persona que cambiaría mi existencia. ¿Una mujer? No. Un hombre. Esperen, no piensen cualquier cosa. Era tan similar a mí, y tan diferente a la vez. Veía tanto de mí en él. Fuimos prontos amigos, de a poco. Recuerdo haber reído hasta lagrimear más de una vez. Épocas doradas. Nos dimos cuenta mutuamente de que por algún error del cosmos, no compartíamos lazos sanguíneos. No obstante, nuestras almas provenían del mismo lado. Sí, aunque no lo crean. Días, tardes y noches. Palabras y charlas. Incluso sabía mis secretos más más hondos, de esos que se ocultan bajo caja fuerte. Al fin podía decir con honor: “mi amigo”. Sí. ¿Usted tiene alguno? Bueno, yo hasta ese momento nunca había tenido, vio. Mi amigo. Mi hermano. Pero… (sucumbe en asombro) ¿quién entendería lo que luego sucedió? Yo no. Algo extraño irrumpió, alguna fuerza invisible que cambió la dirección de los vientos. ¿Hola? ¿Estás? ¿Hola? ¿Hola? ¿Alguien sabe qué pasó? Bueno, calma. Seguro es una cuestión de días. (Silencio) Esos días se han convertido en meses ya. Y yo sigo esperando un motivo por tal deterioro. Bueno señores, señoras; así fue como todo terminó. Quizás no se entienda este final, pero quédense tranquilos que yo menos. Así es la vida. Ahora no soy más que una sombra, o un poco de tierra del suelo polvoriento por la que vale la pena pasar por encima. Ingratitud. Obviamente. Intenté ser fuerte, pero uno se marchita. Se pierde el reflejo, la otra parte de yo. Se derrite hasta ser volátil. ¿Y cuando te ayudé? ¿Y cuando estuve presente? ¿Y cuando soporté atrocidades salvajes y las pasé por alto? Perdido. Te desconozco. ¿Qué te hicieron? ¿Qué te hiciste? A los oyentes confieso mi inferencia. Ahora puedo darme cuenta de lo poco que te importaba el bien de tu hermano.

Telón.


sábado, 4 de septiembre de 2010

El corral

Continuaba la noche y las gotas del chubasco se mantenían atacando su rostro. Ella, apesadumbrada. Su madre la había obligado a dormir en el cercado. Otra vez, a la intemperie, como cada anochecer. Aquel aprisco era peor que cualquier tortura física. Laurín pasaba su sufrimiento en el corral, bajo el mandato de la mandamás. Joven, pura y ataviada; murió a la madrugada.

La señora Callín, su madre, no tardó en contraer compromiso con un galante caballero de la alta burguesía, Monsieur Usurpateur, un foráneo afrancesado merecedor de una dote descomunal que cualquier habitante del condado usaría para abandonar sus feudos. Se hospedaron en la casa de la señora, donde Laurín acostumbraba vivir durante el día. Una morada espeluznante y estremecedora, fabricada en piedras y maderas purulentas de tiempos arcaicos. Pasaron allí diez años desde aquella alba donde Laurín se despidió.

Le pareció una noche estrellada y silenciosa, pero no muy diferente a las demás, Callín se fue a acostar. En medio de las tinieblas y la transición a la vigila, escuchó el mugir de sus vacas en el jardín trasero. Tras tomar su calzado y acercarse a la tronera, observó el corral. Yaciendo en aquel fango pardusco y poco visible, una figura desparramada en el lodo, con los harapos sucios y pocos mechones en sus hebras. Las manos de la dama comenzaron a sudar tanto como su frente, sumergida en un sentimiento de desazón.

- ¿Será? No puede… Las vacas … las vacas…. – pensaba cautelosamente la señora Callín.

Escéptica, cerró el velo con firmeza. Regresó apresurada a su lecho, intranquila y apresurada, y con firmeza se aferró a su marido, cerrando las pestañas e implorando caer en sopor. Éste, más aterido que nunca antes. La mujer lo sacudía, despacio, despacio, fuerte, fuerte.

- ¿Querido podéis despertar un segundo? Os imploro.

Sorpresivo pero predecible para su imaginación. El hombre estaba despojado de sus ojos. Aquellos ojos que vieron infamias y avaricias, ahora se habían perdidos. Los cojines, fríos por la sangre. La mujer, exasperada. Por la habitación comenzó a correr. Dilatando sus recuerdos, más y más.

En aquella pavura, la consorte corrió a los peldaños y resbaló.

Las perforante lluvia pudieron hacerla volver en sí. Su rostro estaba gélido por el viento septentrional de aquella época de año. Sus manos captaban la humedad viscoza de la tierra que se estremecía en sus dedos. Levantó la mirada de forma súbita. Frente a ella, el rostro de su primogénita. Su fisonomía se estremeció a medida que ésta se adentraba en légamo acuoso.

- Habéis sido mi madre por arduas centurias. Me has criado, educado y facilitado la vida. La muerte tocó a mi puerta mientras yo cosechaba los campos en este bucólico jardín que habéis con tanto esfuerzo construido. De aquella tierra que me ha tragado, es de allí de donde a acompañarme vengo a pediros. -, replicó el espectro.

No tardó más de segundos para que el lodo húmedo rebalsara de los ojos de la señora, mientras de fondo se seguía oyendo el mugir de las vacas.








miércoles, 11 de agosto de 2010

Cartas de Rosa y Manuel (V)

Antes de escribir esta carta, agradezco a todos aquellos que siguieron desde el comienzo la quizá clichada pero preciosa historia de estas dos personas. A los que no, los invito a conocerlos con mayor profundidad en una breve lectura. Gracias.

Buenos Aires, 30 de agosto de 1999

Querido Manuel:
Me duele tomar la pluma para comenzar a escribir. Me duele el alma tanto como la espalda y los huesos. Aquella atlética donna que se sumergía en el Mar del Plata quedó en un pasado lejano. Hoy, no soy más que un postrado costal. Sí.
Tiempo después de responder tu carta, mis dolores se expandieron y aumentaron. Era difícil para mí levantarme de la cama, Manuel. Sentía dolor en los estos brazos que han cargado tanto a Julián y se estremecían estas piernas que tanto cambalache han bailado. Me veía al espejo y me decía a mi misma: “Ay, mi rostro. San Expedito, ayudame”.
Me costó eh, pero al final fui a lo de la doctora Travishky. Me animé a ir sola. Va, intenté. No pude hacer ni dos cuadras hasta llegar a la parada del 298 que terminé desplomada en el suelo. Por suerte, don Arturo fue muy gentil en ayudarme a levantar y en alcanzarme a lo de la médica. Le tengo que preparar una cacerola de mondongo al buen hombre, siempre tan dedicado.
Volviendo a lo que decía, no puedo evitar escribir con dificultad, pero escribir con detalles, Manuel. Tuve una larga charla con la doctora (blonda de tacones altos, un tanto excedida en rubor) que fueron seguidas por varios estudios que duraron varios días. ¡Qué pesado! Sangre, orina, y otras cosas de las cuales no entiendo.
Fue difícil comprar los remedios fundamentales. Son varios, Manuel. ¿Te preguntás qué es lo que tengo? Bueno, no entendí lo que me quiso decir la mujer. Desearía que alguien con un oído más generoso y un cerebro más audaz haya estado conmigo. Lo que sí comprendí fue que los años me han corroído.
Hay un arco iris de pastillitas en tabletas sobre el mueble del living. Tengo todo bien anotado en un papel en la pared al lado del teléfono. Me cuesta recordar las cosas, ya no estoy como antes, eh. Los lunes a la mañana la roja, a la tarde la azul, a la noche antes de acostarme la verde y media roja, cada quince días esto, cada mes lo otro, ir al médico tal día, y bla bla bla.
Exhausta. Así es cómo estoy. Cansada de preocuparme por mí y, principalmente, por el otro. Siento que es hora de tornar el reloj de arena que tanto me apresura, Manuel, pero no lo haré sin que vos estés conmigo para ayudarme. Te esperaré. Haré mondongo o guiso para tu pronta llegada, para celebrar la victoria con champagne y antibioticos.
Estoy bien, si vos lo estás.

Tuya siempre
Rosa


martes, 3 de agosto de 2010

Lejos


Sueños, de variados colores,
cual tizne se esfuman
al tornar la opacidad,
las más hondas descepciones.
Laberinto del averno,
no puedo salir...
no puedo.
Aquel fulgor sigo, sigo, (te) sigo.
Doradas hebras, agraciada sonrisa:
desengaño de un porvenir.
Esperanza.
En tus brazos me acojes,
en tus brazos resisto.
Bajo la fortaleza sensible,
me sostengo, en tí... .
No es más que un manantial
que irrumple el erial.
¿Ilusiones?
Concretar no me atrevo.
Que el Grandísimo no lo permita.
Tu escencia, te han quitado.
Qué ocurrió dime tan sólo
con lo añorado y pactado.
En tus brazos caigo desintegrado.
En tus brazos me difumino.
Tus zalemas no me amparan...
...no más.
¿Por qué?
¿Por qué?
El edén juntos...
desvanecido. No me quieres, no me deseas.
¿Lo prometido?
No lo sé...
Te han robado, todo.
Jirones de pieles fui dejando,
hasta desnudo yacer.
Aquí, te muestro mi alma.
¿Dónde está la tuya?
¿Quién eres?
Lejos estás...
Lejos del elíseo prometido.
Lejos de mí
¿Lejos de tí? No lo sé
No lo sé.


Monsieur Magnifique

domingo, 18 de julio de 2010

Una mujer vieja es peor que el diablo

El matrimonio dichoso,
perturbado por el malo fue.
A la alcahueta con unos zapatos,
por ayuda la fue a ver.

-Tu esposa verte fenecer quiere -
A la anciana él le creyó
- Tu hombre no te ama, mátalo -
En temor ella cayó.

Pensando en aquellas palabras,
por su alma él quiso prevenir.
Con una navaja de la alcahueta,
a su amada le otorgó el morir.

Sus zapatos la vieja exigía;
de lejos el diablo se los dio.
- Tómalos - le dijo
- Tú eres más mala que yo -





Adaptación de un relato de Martín Lutero

Monsieur Magnifique

sábado, 3 de julio de 2010

A tí...

Espero puedas sacarme de este pesar.




miércoles, 9 de junio de 2010

Mundo de máscaras

Hoy me propongo escribir sin planes, sin escrúpulos, sin programación previa ni correcciones ultraístas. Propongo expresarme de una forma cruda como carnes de res que gotean tinta roja creciente. Catarsis. Indignación. Impulsividad. Sentimientos feroces que desgarran las pieles del alma.

Tengo el displacer de encontrarme en una realidad no tan real. Un neto mestizaje entre lo sensible e inteligible. Rodeado de muchas gentes, pues. No obstante, mis gustos no pueden seleccionar cuál de las máscaras es más bella. La verde veneno, la negra maldad o la colorada furia. Prosopón, dirían los griegos. ¿Bronca? Quizás. ¿Decepción? Probablemente.
Los códigos de fidelidad y las promesas han sido disueltas por el paso del tiempo. Las frases fueron arrastradas por los vientos y las acciones quedaron desnudas y a la intemperie. Ahora sólo vivo de recuerdos, meras imágenes de psiche, que me atan a un presente de rencor y mares en mis ojos. Océanos que revuelan de espuma desdeñosa y sales hirvientes.
Sólo eso, máscaras. Máscaras sonrientes, máscaras tristes, máscaras ausentes, máscaras extrañas y de descripción indefinida, entre otras.
¿Qué hay detrás de esas máscaras? ¡Qué importa! Deleitémosnos con éstas. Sus colores variados, sus detalles, sus cabellos, sus gesticulaciones. ¡Qué maravilla! ¡Qué bueno es el arte! Sin embargo, las mentiras blancas (más oscuras que el petróleo) fueron las que inconscientemente me hundieron en un pozo de ilusiones, de ideales del porvenir, de tautologías vacías y de vocablos sin existencia viva.
Apariencias que transmiten felicidad incontenible. Ahora: soledad, y un corazón que se esparce lentamente hasta quedar en la nada total. Quizá sea ese el destino de los hombres; al nacer, lo hacemos solos, y tarde o temprano volvemos a ese estado, para nacer de nuevo. No puedo mentir, y afirmo que fui feliz, feliz, feliz.


Fue así, que se esfumó. Ahora me encuentro ahogando mis penares en unas teclas y una pantalla. Cansado de expresar mi desdicha y mis infortunios. Añorando tiempos pretéritos, y con el alma esperanzada a un retorno del ayer.
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