martes, 30 de diciembre de 2014
¿Dónde está la norma?
domingo, 11 de mayo de 2014
Auxilio, pacientes
martes, 21 de enero de 2014
Sin título (en los tiempos que corren)
lunes, 14 de enero de 2013
Sin título (por ahora)

(Fragmento)
domingo, 26 de febrero de 2012
Viaje de las dunas
Despertó. Recorrió sigilosamente el lugar con un movimiento elíptico de la mirada. El suelo, abrumando en un pastizal seco, perdía su finitud hacia el horizonte y se fundía en la indeterminación de los muros. El firmamento se alborotaba de rojizas luces, más rutilantes que las estrellas. Parecía poder palparlo ella misma. Todo estaba oscuro; la sombra convertía el lugar en nada, le quitaba identidad y le imponía una nueva fisionomía. A lo lejos, y por el entrecierre de sus ojos, divisó una pequeña puerta de vértices curvilíneos. La dama había olvidado las nociones básicas de conocimiento, había desarticulado su lógica. Las pictóricas cortinas de su recámara habían perdido la calidez y la arroparon en… ¿un sueño? Una travesía sin idealización o una partida del campo de disturbio. En el fondo, aquellas arenas eran conocidas, en algún momento las había pisado. Eran zonas de tierras húmedas que el Sol nunca tocaba, y donde la sombra devoraba y gobernaba. La soberana había muerto, ya olfateaba su cadáver descomponiéndose.
En la puerta (sin saber si era una salida, una entrada o siquiera qué lugares conectaba), una criatura monstruosa aguardaba su llegada. Era un gigante que duplicaba su estatura, de espaldas anchas y tez cobriza. Tenía unas pantorrillas fibrosas que sostenían un tronco abominable, similar al de los esclavos de los días de Ra. Gruñía. La ambigua figura concluía con una hostil cabeza de chacal, con pelaje noche y colmillos de marfil, como los de las alimañas de los relatos del río. Pavorosa, la secuestrada intentó comunicarse, pero la bestia no era bestia sólo por su zoomorfismo, sino porque no dominaba su misma lengua. Le indicó con la mirada que lo siguiera, y así lo hizo ella, con cierto halo de confianza. Anduvieron por un sendero lineal de bordes anaranjados. El chacal a la cabecera, ella detrás, encogida de hombros, incomunicada. El diálogo era nulo pero comprensible. La soberana conocía a su guía. El temeroso Anubis marcaba su ruta, y ella predecía adónde llegaría.
Había arribado al santuario que la brisa arrastraba de lenguas a oídos. Anubis se detuvo y se reubicó al foro, estático. La prisionera inhalaba con vehemencia para clamar su inquietud. Delante de ella estaba la balanza. De izquierda a derecha, dos platillos claramente visibles, brillantes y de color de las arenas levitaban sostenidos por el mismo aire. Equidistaban y no existía un mínimo margen de oscilación. Reconoció que había llegado su momento de estar ahí, como narraba el Libro de la Salida al Día. Sin embargo, no recordaba cómo fue que había partido su tierra. Estaba en el Imperio del Duat, un sitio de condena y de evaluación, de juicios y penas, de sangre y gracia. Era su turno.
(Fragmento)

lunes, 30 de mayo de 2011
Lucha interior
Pareció casi imperceptible cuando sentí esta confluencia que llevo con más dificultad día a día. De la mañana a la noche pasé de tener un cosmos al averno, intentando escapar de las aguas del Leteo matizado con aguas de leche y miel.
Me quedo estático ante el espejo, cuestionándome (o cuestionándonos) acerca del porqué. La quietud de mi alcoba siempre acompaña los acordes del silencio, pero se destruyen por las ensordecedoras campanadas de mi meditación. Una reflexión que hasta a veces se torna desgarradora ante la bestia que muerde las carnes de la conciencia.
Criatura que el todo lo devora, que se apodera de las paredes del palacio para cual magma fundirlas. Todo se derrite en un espíritu incluso amorfo.
La lucha es diaria, el espejo me incinera y la mente cae en olvido. La bestia, el arcángel, la distinción y la dualidad; constantes permanentes del día a día, del modo de vivir. Un descampado y una encrucijada de maniqueos. Sólo busco decisión y libertad, y perder las cadenas que me impiden ver el brillo. Una luz que siempre he tenido delante, y que me suaviza cuando no me veo al espejo.
Tomé mi maleta, cerré la puerta y continué viaje. Una vecina me preguntó cómo me sentía, pero no respondí.
Monsieur Magnifique
viernes, 13 de mayo de 2011
viernes, 11 de marzo de 2011
La marea
Agoté mis energías, y me lancé en una marea de libros que había despedazado la puerta. Un tsunami de hojas, lomos y tapas que me derribó de un golpe. Nunca había observado tantos libros en mi vida, ni siquiera en las bibliotecas más grandes. Se había inundado la totalidad del salón, llegando los tomos del Lazarillo y los manuales de gramática a mi pecho; mas no dejaban de surgir más. Provenían del exterior. No podía moverme, ni siquiera rotar; estaba atrancado por los acertijos de Christie. Apreciaba el cielo raso cada vez más cerca, hasta que pude palparlo con mis manos. La entrada se había perdido en la marea. Las hojas entraban ahora también por las ventanas, rompiendo los sostenes de las cortinas uno por uno. Otras provenían del baño; pero todas caían del despejado cielo. Era el diluvio tan profesado, que alguna vez fue extrapolado por los mayas anunciando el fin de las civilizaciones de Américas; pero nunca predeciría sería ocasionado por literatura. No podía trasladar los labios para esbozar una mínima frase de ayuda, ni mecer mis extremidades en búsqueda de nuevas posiciones. La sólida marea me dominaba, el techo ahora sobre mi mejilla, la espuma encegueciendo mi visión y el firmamento granizando códices. La gran sala fue ocaparada, y sus paredes perdieron su rosáceo en un tono gótico e imperceptible.
Aquella mañana, el fanático lector fue hallado en su lecho, sin signos de latidos y abrazado a Calixto y Melibea, siendo el rigor mortis el que no los separaría.

martes, 8 de marzo de 2011
Suave roce terso
descenso a los confines.
Suave roce terso,
pasajes en tu mirada.
Suave roceterso,
perfume, solidez.
Suave roce terso,
comparto con mi amada.

domingo, 20 de febrero de 2011
Observado

domingo, 6 de febrero de 2011
Cartas de Rosa y Manuel (VII)
Querido Manuel:
Hoy quiero expresarte mis palabras, pero no soy yo quien está escribiendo. Mari, mi encantadora enfermera, me está ayudando. Sí, enfermera. Hace unos días he sido internada porque tuve una descompensación en casa, pero dicen que no es nada. Estoy acá en el Hospital de Clínicas, pronto me darán el alta, pero me siento muy debilitada como para poder tomar la pluma.
Acá todos se portan de maravillan y me cortejan como a una reina. Extraño mi hogar, mis paredes, mis ventanas, la vista al limonero del jardín y, principalmente, te extraño a vos, adoradísimo Manuel. El estar aquí postrada me hace tener tiempo sobrante para meditar, pero tu bienestar es una constante en mi pensamiento. La televisión tiene pocos canales, y no pasan muchas noticias sobre África. Todo aquí es frívolo y me siento sola; bueno, en realidad es un hospital, así son.
Afortunadamente, Julián permanentemente viene a visitarme. Su esposa no tanto, pero eso no me importa a esta altura de mi vida. Me acompaña muchas horas, exceptuando las que trabaja. Creo que ha recapacitado acerca de sus padres. Seguro que cuando vuelvas, viejo, va a venir a casa los domingos a comer. Está tan grande. Incluso se dejó la barba, ese estilo que está de moda (le dije que no me gustaba cómo le quedaba, pero ¿creés que me va a hacer caso?). El otro día me estaba hablando algo acerca de su empresa, no recuerdo específicamente, y yo observaba con aciago su rostro, trasladándome a treinta años atrás, cuando nos divertíamos con las imitaciones que hacía de los personajes del teatro. Era tan chiquito, y ahora el tiempo como un soplo le dio arrugas. No me quiero imaginar lo que habrá hecho conmigo.
La Juanita y la Julia también vinieron, me trajeron montones de cosas ricas para comer pero acá no me dejan. Sí, yo no la dejo (Mari). Así que estoy resistiendo las tentaciones.
Es hora de un medicamento, y voy a abandonar la carta porque la joven en lugar de mejorarme preferirá envenenarme. Te envío mis cariños a través de estas palabras, y mi mejor augurio para el forzoso trabajo que estás realizando. Cada reflexión me recuerda lo orgullosa que estoy de mi marido, y cómo se acrecienta el dolor que siento al pensar en lo mucho que te extraño.
Tuya siempre
Rosa

domingo, 30 de enero de 2011
Ama a tus hijos

martes, 11 de enero de 2011
Eterna caminata

Recuérdome de pie, esperándola. Pocas veces había puesto tanto empeño en arreglarme que hasta mis medias combinaban con mi remera. El sol abrumaba mi frente y se convertía en un letal enemigo de la prolijidad. Estaba nervioso, muy nervioso. Oscilaba entre el peso de una pierna y otra, sin encontrar el equilibrio, mirando a los autos que pasaban. En frente, aquella casa rosada tan característica parecía ensancharse y bruscamente encogerse. En una rauda vista a mi izquierda, la vi venir. Ahora sí, voy a comenzar a ser minucioso en la descripción.
Se suponía estaba a pocos metros míos, pero su caminata fue apreciada como si se aproximara de hectómetros atrás. Portaba una dulce e impoluta imagen que con mucha sencillez frotó mi pecho. Sus sandalias color alba eran de perfecto encaje con su pantalón, y su blusa se enlazaba con el tinte anaranjado de sus mejillas. No caminaba, sino que se deslizaba en un pavimento dorado de forma sosegada. El viento la rodeaba y jugaba con sus cabellos volátiles que, por cierto, nunca perdían su delicadeza. Sus ojos se entrecerraban con el amanecer de una tenue sonrisa (de encanto, por supuesto, pero que desprendía cántaros de introversión) que irradiaba estrellas mar y dulce. Una mirada ansiosa me bamboleó, en especial en el sugestivo vaivén de sus pestañas danzantes. Me quedé días abrazándola con la mirada, aunque creo fueron meses eternos. Todo ese tiempo estuve de pie, pero cansancio nunca sentí. Sólo me reconfortaba el verla aproximarse, acercarse pero nunca arribar, de forma lenta. Todo ese tiempo, que se colapsó luego de un “Hola” que ella emitió.
Si me preguntan qué sucedió, les puedo decir que el tiempo se licuefizo en mis propias manos, y no pude ser capaz de verlo. Tuve oro y opté por rocas volcánicas, que siguen ardiendo hasta hoy. Me lamento no conocer el porvenir, ni poder asegurarlo o devenirlo. Pero considero que siempre estarán las mismas arenas, esperando a ser transitadas por una nueva pisada y deseosas de yacer en la espuma.
miércoles, 5 de enero de 2011
2011
To be or not to be – that is the question:
Whether 'tis nobler in the mind to suffer
The slings and arrows of outrageous fortune,
Or to take arms against a sea of troubles
And, by opposing, end them. To live, to breathe

Se echa una mirada al brillo.
Se da una caricia duradera al sueño.
martes, 28 de diciembre de 2010
Literatura ¿Para qué?
Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.
Borges, Jorge Luis. El Gólem
Es desde el amanecer al ocaso que llevamos las palabras como gajos de nuestra cotidianeidad. Están siempre presentes, a cuestas desde infantes hasta los más remotos tiempos de senectud. Aquellos vocablos son los capaces de acercarnos y alejarnos, y hasta alcanzar las ánimas de los demás. Las palabras, a diferencia de las piedras, son ya por sí mismas significaciones humanas, a las cuales da el poeta otra significación 1. Son aquellas palabras las que conciben a la Literatura y nos permiten alcanzar las más bellas joyas de la lengua que gozamos.
Desde la antigüedad grecolatina se intentó buscar una definición de Literatura, y es hasta nuestros días que no se ha encontrado. ¿Un misterio inexplicable? ¿Un eterno enigma sigiloso? Definitivamente. La Literatura es magia pura, creadora de horizontes superrealistas y paisajes nunca antes explorados. La Literatura sirve para comprender a los demás.2
Fue desde que al hombre se le ocurrió plasmar su pensar en un muro pétreo de alguna gruta que la Literatura existe. No debemos, seres de pasiones, olvidar las grandes influencias originarias de dicho arte. Pasando por los versos Cátulo y las controversias de Safo, atravesando las hazañas homéricas, los combates y desamores de Virgilio, los llantos de Esquilo y las carcajadas de Aristófanes; fueron sus palabras trascendentes en la historia algunas de las que hicieron a la Literatura un arte inspirador para las personas.
Es nuestra lengua la que nos arropa en los solsticios, aquella lengua que el vicio de hegemonía logró conseguir. ¡Qué sería de la lengua, sin aquella Literatura! Aquella Literatura que se ha extraviado en las hondas aguas del anonimato y ha padecido a divagación de la oralidad. Literatura que Manrique supo llevar al plano del inframundo y al edén, que Gracilazo supo cuidar cual frágil cristal, que Fray Luis de León y San Juan de la Cruz supieron espiritualizar y que Cervantes supo llevar hasta la excelencia del áureo lenguaje. Letras de capa y espada, invasiones y reinados, hambrunas y riquezas, prosas y versos. Es aquella la lengua que hoy nos escolta, adepta cual el mejor de los camaradas. Que nos acompaña a través de lunas y soles.
Sin embargo, no hay que olvidar que los grandes amores conllevan también los grandes dolores. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras3. Nos conformamos como un todo capaz de diferenciarse y de tomar participación propia. Una Latinoamérica pensante. El deseo de propia liberación hacía latir nuestros cimientos, ¡y finalmente logramos despojarnos de las cadenas de las Sagradas Escrituras para poder crear nuestros propios escritos! Obras que realzaron lo propio, lo autóctono, lo originario, lo nativo. Arte de pueblos y naturaleza, de dominantes y dominados, de realidad y fantasía. Textos que luego de la resonancia de una explosión pudieron propagarse por todos los continentes y hacernos sentir ufanos del yo americano.
Supimos bien defender lo nuestro, y crear una Literatura perteneciente, salpicada de tinta plata y firmamento. Nuestras letras, nuestras palabras. Arte de revolución, de ideales, de libertad. No fue aquella sino la Literatura de nuestra identidad: una pasión argentina. Literatura de dualidad, de luchas constantes, de civilizados y bárbaros, de letrados y payadores, de intelectuales y obreros. Nuestra Literatura es perenne tanto como los trazados clásicos. Sobreviven desde las demasías más exacerbados de literatos efervescentes hasta las más duras prohibiciones y dictaduras militares. ¡Sí, nuestra Literatura es digna de orgullo! Literatura que Echeverría supo compartir luego de sus travesías, que Hernández supo marcar como “Biblia nacional”, que permitió a Laferrere y Discépolo plasmar los cambios transculturales y las injusticias más hondas, que alteró los tiempos reales e irreales de Cortázar, y Literatura de magnificencia, esplendidez, plenitud y honra que el gran Borges supo proyectar con humildad en todos los corazones argentinos.
Las palabras son colegas de vida que siempre nos ayudarán a defendernos y a no dejarnos avasallar ni sojuzgar por colosales titanes que adoptarían fácilmente una figura diminuta. La lengua nos permite ser quienes somos y adquirir un papel singular en este proscenio tan complejo al que llamamos “mundo”. Y si a usted, querido lector, le ha quedado alguna vacilación sobre el propósito de mis líneas, sepa que nada de lo que existe a su alrededor, ni siquiera estas sumisas hojas, sería posibles si no fuera gracias a la Literatura.
1 - MAchado, Antonio -2 - Amos, Álvaro -3 - Neruda, Pablo

¡Felicidades!
y todas las criaturas del Jardín
jueves, 23 de diciembre de 2010
Prisionero
lunes, 29 de noviembre de 2010
Cadáver exquisito

En un instante impensado, me dispongo a olvidar las estructuras. Un instante nada más. Tomo un viejo papel de un cuaderno de los tantos, una tijera azulada que tenía en una lata perdida y me dispongo a hacer fluir mi mente. Sin ningún tipo de control o censura, sino con la total espontaneidad y libertad que todos deberíamos tener. Libertad que todos los pueblos latinoamericanos deberíamos respirar.
El ocio es inspirador, noto ahora por qué los filósofos de la antigua Grecia pudieron razonar tantos fenómenos sin concepción alguna posible. Aquella facultad, sumada a una solitaria y calurosa noche de primavera, tocaron mi hombro derecho para sentarme a escribir un azaroso poema que retoma preceptos de un poco menos de cien años atrás.
¿Fue controlado? Fue inconsciente. De allí, fuente de todas mis ideas netas.

Siento deseos de puro automatismo.
Rousseau siempre tuvo la razón.
Cuelga un rosado toallón;
los lagartos, siempre devoran las moscas.
Casi no veo las nubes en el firmamento,
el anaranjado maúlla: “Socorro, comida”, pide.
Seguro detrás alguien también me vigila.
Hedor a carnes muertas.
“Miau”.
Seguro no comprende ni un ápice,
un jardín puro, cristal;
y sigo pensando en Góngora,
con su mirada tajante
sigue mirándome.
Es una pena, tanta belleza derrochada.
Sólo hay una estrella,
es música para mi psyche
que se acopla con el brillo de la luna.
El caer de la fuente de mamá.
Los colores rodean y vislumbran nuestra vida.
Pienso constantemente en Góngora, mi amigo.
El aroma a carnes molidas.
Mi corazón palpita más fuerte;
ya rodean, ahora, mi piel…
la estatua perdió su brazo.
Cuento ¿Cuento? ¿Con quién?
Ella está cubierta de vello.
¿Maldad?
Agua contaminada,
lejos, fuera, me observa.
Me ignora y mira hacia el occidente.
“Silencio”, grítame el jardín.
viernes, 26 de noviembre de 2010
Lluvia

sábado, 6 de noviembre de 2010
Cartas de Rosa y Manuel (VI)
Nairobi, 22 de Septiembre de 1999
Querida Rosa
Me alegra recibir noticias tuyas, y también me desencantan varias de las mismas. Mi hermosa mujer fornida, no debes decaer; sólo pensá en lo pronto que voy a estar allí. Juntos, para que me prepares lentejas y locro como el que vos sola sabés hacer.
Fue el día de ayer en el que algo sucedió en plena expedición. No suelo entrometerme en la tarea de los obreros, pero no toleraba más la ineficiencia de estos jovenzuelos. Creen que al venir a otro continente su vida ya está realizada, y no es así. Noto que sus padres no les inculcaron el amor al laburar y al romperse el lomo trabajando. Ese imperfecto hizo que fabricaran un hoyo en el sustrato tan inestable que hizo que me cayera. En parte fue mi culpa, ya que no aprendo que yo soy el que doy las órdenes y no el que las ejecuta. Forcé mis viejos brazos para sostenerme de las paredes, pero fue imposible. El leve aro iluminado de la superficie se cubrió por una parduzca oscuridad de lodo, y no figuré la realidad hasta que me encontraba en una clínica hospitalaria.
No pasó nada Rosa, no te asustés. Sólo unos raspones y algunos huesos rotos. Tengo varios yesos. Me enerva el no poder colaborar por unos días en la investigación, mí investigación. La operacionalización se atrasa, el material se disipa y los datos se volatilizan. El poco pelo que tengo se me está cayendo del nerviosismo. Te pido mil disculpas, tesoro, pero mi retorno se atrasará unos pocos días más. Pucha que lo tiró. Igualmente, ¡qué a vos ni se te mueva una hebra! Todo está en absoluto control, y es sólo un atraso de unos pocos días. Tengo la suerte de estar acompañado por personas altamente calificadas (creo, eso es lo que muestran sus títulos) para desempeñar este trabajo paralelamente al cuidado intensivo de mi bienestar.
Espero que tomes tu tiempo para descansar y mejorarte. No te descuides con los medicamentos, acordate como siempre digo “Remedio equivocado, problema provocado”. El cuerpo humano es un sistema perfecto, pero que puede fácilmente convertirse en el enemigo de uno mismo y de los seres queridos de uno. Pronto, pronto, querida, voy a estar allí. Mi memoria retrae tu perfume cada noche al irme a dormir, y me invita a un sueño profundo donde la principal actriz sos vos. Por eso no te siento tan lejos. Escribime pronto.
Tuyo siempre
Manuel

jueves, 28 de octubre de 2010
Recuerdos de Asterión

¡Qué decepción! ¡Tanto trabajo hecho escoria! Un loco, eso voy a volverme. Tantos tiempo, tanta minuciosidad, tanto aliento y tanto sudor hasta moldear la obra maestra. Nunca reelaboraré monstruo sin igual, ni los mencionados palacios de Egipto se le asemejarían. No siento más que un desdeñoso sentimiento a las raíces, y a los creadores de majestuosidades como éstas. La altivez de tantos en virtud de la destrucción es incomprensible. Asolaron mi casa, mis muros y puertas de infinito número. Alteraron la quietud y la soledad de la bestia.
El hecho es que era único. Y murió en manos del soberbio, del filántropo. Amante de la plebe de caras descoloridas y aplanadas, como la palma de una mano. ¿Quién puede prestar su vida para admirar a un titán destructor? Aniquilador de esperanzas y libertades. Mi criatura ha perdido sentido y mi orgullo ahora carece de espíritu. ¿Repetiré que ya no hay una puerta, añadiré que no hay una cerradura? Me siento abrumado, arropado por la soledad que la partida que mi gran amigo me ha dejado. Muerte, es lo que deseo para aquel bellaco. Como mueren las galerías, como muere la sombra del aljibe. ¡Qué el ananké y las furias corrompan con gracia su profesión, y lo conduzcan un suicidio que lo encierre en una prisión de agonía hasta arribar el hades.
Todo se derrumba lentamente, lo contemplo. Los ladrillos magenta, unos tras otros caen sin que yo me ensangriente las manos, las mías, las que dieron vida y sostuvieron el deceso. Puedo observar la construcción, pero su ser es vacuo. Los gajos han perdido total sentido por un traicionero hilo que condujo a la perdición la laboriosa faena. Ahora nadie entrará jamás, porque ya no existe; porque él ha muerto. Nadie sería liberado de todo mal, ni en nueve o mil años.
Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, hubiera saido el destino de los oráculos y que mi habitante partiría al Hades, por inocencia o codicia. Es por ello que me marcho. Desde lo alto veo mi laberinto intacto, pero para mí, le han quitado la vida. Despliego mis alas a lo aún no conocido, en búsqueda de un nuevo palacio por crear. Un nuevo deseo por lograr, un nuevo cosmos por imaginar, y nuevas paredes por levantar.

Un pequeño homenaje a un
grande de las letras argentinas
Monsieur Magnifique
sábado, 9 de octubre de 2010
Corazón de hierro

Monsieur Magnifique
viernes, 1 de octubre de 2010
A mi Bulita
Ahora que reflexiono. Siempre estuviste, siempre has estado y siempre estarás, Bulita.
lunes, 20 de septiembre de 2010
Monólogo. Caín y Abel.
Se abre el telón. Al foro un manto oscuro. Luces tenues. Entra Freduardo, un anciano con varias anécdotas encima. Se para en el medio del proscenio. Está solo.
Freduardo: - Mi nombre es Freduardo. Un tanto extravagante, pero con mucho que contar. Mi historia es un tanto particular. Siempre fui un tipo bastante solitario y descreído. Único hombre en la familia, nunca pude entablar pláticas demasiado variadas, verán. Pero nunca habría creído que aparecería aquella persona que cambiaría mi existencia. ¿Una mujer? No. Un hombre. Esperen, no piensen cualquier cosa. Era tan similar a mí, y tan diferente a la vez. Veía tanto de mí en él. Fuimos prontos amigos, de a poco. Recuerdo haber reído hasta lagrimear más de una vez. Épocas doradas. Nos dimos cuenta mutuamente de que por algún error del cosmos, no compartíamos lazos sanguíneos. No obstante, nuestras almas provenían del mismo lado. Sí, aunque no lo crean. Días, tardes y noches. Palabras y charlas. Incluso sabía mis secretos más más hondos, de esos que se ocultan bajo caja fuerte. Al fin podía decir con honor: “mi amigo”. Sí. ¿Usted tiene alguno? Bueno, yo hasta ese momento nunca había tenido, vio. Mi amigo. Mi hermano. Pero… (sucumbe en asombro) ¿quién entendería lo que luego sucedió? Yo no. Algo extraño irrumpió, alguna fuerza invisible que cambió la dirección de los vientos. ¿Hola? ¿Estás? ¿Hola? ¿Hola? ¿Alguien sabe qué pasó? Bueno, calma. Seguro es una cuestión de días. (Silencio) Esos días se han convertido en meses ya. Y yo sigo esperando un motivo por tal deterioro. Bueno señores, señoras; así fue como todo terminó. Quizás no se entienda este final, pero quédense tranquilos que yo menos. Así es la vida. Ahora no soy más que una sombra, o un poco de tierra del suelo polvoriento por la que vale la pena pasar por encima. Ingratitud. Obviamente. Intenté ser fuerte, pero uno se marchita. Se pierde el reflejo, la otra parte de yo. Se derrite hasta ser volátil. ¿Y cuando te ayudé? ¿Y cuando estuve presente? ¿Y cuando soporté atrocidades salvajes y las pasé por alto? Perdido. Te desconozco. ¿Qué te hicieron? ¿Qué te hiciste? A los oyentes confieso mi inferencia. Ahora puedo darme cuenta de lo poco que te importaba el bien de tu hermano.
sábado, 4 de septiembre de 2010
El corral
Continuaba la noche y las gotas del chubasco se mantenían atacando su rostro. Ella, apesadumbrada. Su madre la había obligado a dormir en el cercado. Otra vez, a la intemperie, como cada anochecer. Aquel aprisco era peor que cualquier tortura física. Laurín pasaba su sufrimiento en el corral, bajo el mandato de la mandamás. Joven, pura y ataviada; murió a la madrugada.
La señora Callín, su madre, no tardó en contraer compromiso con un galante caballero de la alta burguesía, Monsieur Usurpateur, un foráneo afrancesado merecedor de una dote descomunal que cualquier habitante del condado usaría para abandonar sus feudos. Se hospedaron en la casa de la señora, donde Laurín acostumbraba vivir durante el día. Una morada espeluznante y estremecedora, fabricada en piedras y maderas purulentas de tiempos arcaicos. Pasaron allí diez años desde aquella alba donde Laurín se despidió.
Le pareció una noche estrellada y silenciosa, pero no muy diferente a las demás, Callín se fue a acostar. En medio de las tinieblas y la transición a la vigila, escuchó el mugir de sus vacas en el jardín trasero. Tras tomar su calzado y acercarse a la tronera, observó el corral. Yaciendo en aquel fango pardusco y poco visible, una figura desparramada en el lodo, con los harapos sucios y pocos mechones en sus hebras. Las manos de la dama comenzaron a sudar tanto como su frente, sumergida en un sentimiento de desazón.
- ¿Será? No puede… Las vacas … las vacas…. – pensaba cautelosamente la señora Callín.
Escéptica, cerró el velo con firmeza. Regresó apresurada a su lecho, intranquila y apresurada, y con firmeza se aferró a su marido, cerrando las pestañas e implorando caer en sopor. Éste, más aterido que nunca antes. La mujer lo sacudía, despacio, despacio, fuerte, fuerte.
- ¿Querido podéis despertar un segundo? Os imploro.
Sorpresivo pero predecible para su imaginación. El hombre estaba despojado de sus ojos. Aquellos ojos que vieron infamias y avaricias, ahora se habían perdidos. Los cojines, fríos por la sangre. La mujer, exasperada. Por la habitación comenzó a correr. Dilatando sus recuerdos, más y más.
En aquella pavura, la consorte corrió a los peldaños y resbaló.
Las perforante lluvia pudieron hacerla volver en sí. Su rostro estaba gélido por el viento septentrional de aquella época de año. Sus manos captaban la humedad viscoza de la tierra que se estremecía en sus dedos. Levantó la mirada de forma súbita. Frente a ella, el rostro de su primogénita. Su fisonomía se estremeció a medida que ésta se adentraba en légamo acuoso.
- Habéis sido mi madre por arduas centurias. Me has criado, educado y facilitado la vida. La muerte tocó a mi puerta mientras yo cosechaba los campos en este bucólico jardín que habéis con tanto esfuerzo construido. De aquella tierra que me ha tragado, es de allí de donde a acompañarme vengo a pediros. -, replicó el espectro.
No tardó más de segundos para que el lodo húmedo rebalsara de los ojos de la señora, mientras de fondo se seguía oyendo el mugir de las vacas.
2006
miércoles, 11 de agosto de 2010
Cartas de Rosa y Manuel (V)
Buenos Aires, 30 de agosto de 1999
Querido Manuel:
Me duele tomar la pluma para comenzar a escribir. Me duele el alma tanto como la espalda y los huesos. Aquella atlética donna que se sumergía en el Mar del Plata quedó en un pasado lejano. Hoy, no soy más que un postrado costal. Sí.
Tiempo después de responder tu carta, mis dolores se expandieron y aumentaron. Era difícil para mí levantarme de la cama, Manuel. Sentía dolor en los estos brazos que han cargado tanto a Julián y se estremecían estas piernas que tanto cambalache han bailado. Me veía al espejo y me decía a mi misma: “Ay, mi rostro. San Expedito, ayudame”.
Me costó eh, pero al final fui a lo de la doctora Travishky. Me animé a ir sola. Va, intenté. No pude hacer ni dos cuadras hasta llegar a la parada del 298 que terminé desplomada en el suelo. Por suerte, don Arturo fue muy gentil en ayudarme a levantar y en alcanzarme a lo de la médica. Le tengo que preparar una cacerola de mondongo al buen hombre, siempre tan dedicado.
Volviendo a lo que decía, no puedo evitar escribir con dificultad, pero escribir con detalles, Manuel. Tuve una larga charla con la doctora (blonda de tacones altos, un tanto excedida en rubor) que fueron seguidas por varios estudios que duraron varios días. ¡Qué pesado! Sangre, orina, y otras cosas de las cuales no entiendo.
Fue difícil comprar los remedios fundamentales. Son varios, Manuel. ¿Te preguntás qué es lo que tengo? Bueno, no entendí lo que me quiso decir la mujer. Desearía que alguien con un oído más generoso y un cerebro más audaz haya estado conmigo. Lo que sí comprendí fue que los años me han corroído.
Hay un arco iris de pastillitas en tabletas sobre el mueble del living. Tengo todo bien anotado en un papel en la pared al lado del teléfono. Me cuesta recordar las cosas, ya no estoy como antes, eh. Los lunes a la mañana la roja, a la tarde la azul, a la noche antes de acostarme la verde y media roja, cada quince días esto, cada mes lo otro, ir al médico tal día, y bla bla bla.
Exhausta. Así es cómo estoy. Cansada de preocuparme por mí y, principalmente, por el otro. Siento que es hora de tornar el reloj de arena que tanto me apresura, Manuel, pero no lo haré sin que vos estés conmigo para ayudarme. Te esperaré. Haré mondongo o guiso para tu pronta llegada, para celebrar la victoria con champagne y antibioticos.
Estoy bien, si vos lo estás.
Tuya siempre
Rosa

martes, 3 de agosto de 2010
Lejos
Sueños, de variados colores,
cual tizne se esfuman
al tornar la opacidad,
las más hondas descepciones.
Laberinto del averno,
no puedo salir...
no puedo.
Aquel fulgor sigo, sigo, (te) sigo.
Doradas hebras, agraciada sonrisa:
desengaño de un porvenir.
Esperanza.
En tus brazos me acojes,
en tus brazos resisto.
Bajo la fortaleza sensible,
me sostengo, en tí... tí.
No es más que un manantial
que irrumple el erial.
¿Ilusiones?
Concretar no me atrevo.
Que el Grandísimo no lo permita.
Tu escencia, te han quitado.
Qué ocurrió dime tan sólo
con lo añorado y pactado.
En tus brazos caigo desintegrado.
En tus brazos me difumino.
Tus zalemas no me amparan...
...no más.
¿Por qué?
¿Por qué?
El edén juntos...
desvanecido. No me quieres, no me deseas.
¿Lo prometido?
No lo sé...
Te han robado, todo.
Jirones de pieles fui dejando,
hasta desnudo yacer.
Aquí, te muestro mi alma.
¿Dónde está la tuya?
¿Quién eres?
Lejos estás...
Lejos del elíseo prometido.
Lejos de mí
¿Lejos de tí? No lo sé
No lo sé.
Monsieur Magnifique
domingo, 18 de julio de 2010
Una mujer vieja es peor que el diablo
perturbado por el malo fue.
A la alcahueta con unos zapatos,
por ayuda la fue a ver.
-Tu esposa verte fenecer quiere -
A la anciana él le creyó
- Tu hombre no te ama, mátalo -
En temor ella cayó.
Pensando en aquellas palabras,
por su alma él quiso prevenir.
Con una navaja de la alcahueta,
a su amada le otorgó el morir.
Sus zapatos la vieja exigía;
de lejos el diablo se los dio.
- Tómalos - le dijo
- Tú eres más mala que yo -

sábado, 3 de julio de 2010
miércoles, 9 de junio de 2010
Mundo de máscaras
