Buenos Aires, 9 de octubre de 1999
Querido Manuel:
Hoy quiero expresarte mis palabras, pero no soy yo quien está escribiendo. Mari, mi encantadora enfermera, me está ayudando. Sí, enfermera. Hace unos días he sido internada porque tuve una descompensación en casa, pero dicen que no es nada. Estoy acá en el Hospital de Clínicas, pronto me darán el alta, pero me siento muy debilitada como para poder tomar la pluma.
Acá todos se portan de maravillan y me cortejan como a una reina. Extraño mi hogar, mis paredes, mis ventanas, la vista al limonero del jardín y, principalmente, te extraño a vos, adoradísimo Manuel. El estar aquí postrada me hace tener tiempo sobrante para meditar, pero tu bienestar es una constante en mi pensamiento. La televisión tiene pocos canales, y no pasan muchas noticias sobre África. Todo aquí es frívolo y me siento sola; bueno, en realidad es un hospital, así son.
Afortunadamente, Julián permanentemente viene a visitarme. Su esposa no tanto, pero eso no me importa a esta altura de mi vida. Me acompaña muchas horas, exceptuando las que trabaja. Creo que ha recapacitado acerca de sus padres. Seguro que cuando vuelvas, viejo, va a venir a casa los domingos a comer. Está tan grande. Incluso se dejó la barba, ese estilo que está de moda (le dije que no me gustaba cómo le quedaba, pero ¿creés que me va a hacer caso?). El otro día me estaba hablando algo acerca de su empresa, no recuerdo específicamente, y yo observaba con aciago su rostro, trasladándome a treinta años atrás, cuando nos divertíamos con las imitaciones que hacía de los personajes del teatro. Era tan chiquito, y ahora el tiempo como un soplo le dio arrugas. No me quiero imaginar lo que habrá hecho conmigo.
La Juanita y la Julia también vinieron, me trajeron montones de cosas ricas para comer pero acá no me dejan. Sí, yo no la dejo (Mari). Así que estoy resistiendo las tentaciones.
Es hora de un medicamento, y voy a abandonar la carta porque la joven en lugar de mejorarme preferirá envenenarme. Te envío mis cariños a través de estas palabras, y mi mejor augurio para el forzoso trabajo que estás realizando. Cada reflexión me recuerda lo orgullosa que estoy de mi marido, y cómo se acrecienta el dolor que siento al pensar en lo mucho que te extraño.
Tuya siempre
Rosa
Querido Manuel:
Hoy quiero expresarte mis palabras, pero no soy yo quien está escribiendo. Mari, mi encantadora enfermera, me está ayudando. Sí, enfermera. Hace unos días he sido internada porque tuve una descompensación en casa, pero dicen que no es nada. Estoy acá en el Hospital de Clínicas, pronto me darán el alta, pero me siento muy debilitada como para poder tomar la pluma.
Acá todos se portan de maravillan y me cortejan como a una reina. Extraño mi hogar, mis paredes, mis ventanas, la vista al limonero del jardín y, principalmente, te extraño a vos, adoradísimo Manuel. El estar aquí postrada me hace tener tiempo sobrante para meditar, pero tu bienestar es una constante en mi pensamiento. La televisión tiene pocos canales, y no pasan muchas noticias sobre África. Todo aquí es frívolo y me siento sola; bueno, en realidad es un hospital, así son.
Afortunadamente, Julián permanentemente viene a visitarme. Su esposa no tanto, pero eso no me importa a esta altura de mi vida. Me acompaña muchas horas, exceptuando las que trabaja. Creo que ha recapacitado acerca de sus padres. Seguro que cuando vuelvas, viejo, va a venir a casa los domingos a comer. Está tan grande. Incluso se dejó la barba, ese estilo que está de moda (le dije que no me gustaba cómo le quedaba, pero ¿creés que me va a hacer caso?). El otro día me estaba hablando algo acerca de su empresa, no recuerdo específicamente, y yo observaba con aciago su rostro, trasladándome a treinta años atrás, cuando nos divertíamos con las imitaciones que hacía de los personajes del teatro. Era tan chiquito, y ahora el tiempo como un soplo le dio arrugas. No me quiero imaginar lo que habrá hecho conmigo.
La Juanita y la Julia también vinieron, me trajeron montones de cosas ricas para comer pero acá no me dejan. Sí, yo no la dejo (Mari). Así que estoy resistiendo las tentaciones.
Es hora de un medicamento, y voy a abandonar la carta porque la joven en lugar de mejorarme preferirá envenenarme. Te envío mis cariños a través de estas palabras, y mi mejor augurio para el forzoso trabajo que estás realizando. Cada reflexión me recuerda lo orgullosa que estoy de mi marido, y cómo se acrecienta el dolor que siento al pensar en lo mucho que te extraño.
Tuya siempre
Rosa
Para ver las anteriores Cartas de Rosa y Manuel hacer click aquí
Monsieur Magnifique
4 comentarios:
Después de tanto tiempo, espero poder ponerme al día con todos y todas..
Recomenzar el año con la vida en brazos es lo mas bello del amor..
Un abrazo
Con mis
Saludos fraternos de siempre...
Vaya historia la de Rosa y Manuel. Debo reconocer que, aunque había leído la anterior (VI), es hasta hoy que conocí las entradas anteriores.
Tienen una familiaridad muy notable, casi puedo sentir el papel.
¡Un saludo con afecto!
Cruel realidad la que retratas,a la que conviene hacercase poquito a poco, si esto es posible.
El texto está muy conseguido y penetra en el alma de quien lo lee.
Un saludo
Gracias por los comentarios. Me reconforta saber que el esfuerzo en cada palabra puede interesarles y hacerles pasar un rato agradable de lectura.
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