martes, 26 de enero de 2010

Infortunio de Frederich

Lúgubre y hostil noche victoriana de chubascos. La familia Manrow padecía la gran pérdida. A su morada la muerte había arrivado.

Nada le había causado tanto pavor a Lord Frederich Manrow como despertar más tarde y ver el techo tan cerca, rozando sus narices.

Monsieur Magnifique

miércoles, 20 de enero de 2010

La Musa Inspiradora

saben el significado del amor



Decía aquella profetiza que el amor mata las almas, que era el opio de los hombres, que era vengativo, sañudo y traicionero, que era una corriente de infamias y desilusiones. La retórica de la anciana sobre el “amor” era incesable, mas siempre profesó a los ciudadanos de Tebas que el amor era algo particular…

Fueron los destellos fébicos los que me indujeron a recorrer el ágora. Millones de mercaderes corriendo de un lado a otro, avecinándose por despojarse de sus artesanías. Carretas que resoplaban ventiscas tras su pasar ansiosas por hacer elevar los hábitos de las damas, feroces por arribar a destino sin espera. Lamentaba ir cada día, mas eran las moiras quienes me otorgaron el mando de artesano, aquel mester generacional que con tanta destreza podía realizar.
Si bien la dialéctica no era mi fuerte, era mi padre quien creaba los alabastrotes y los lutróforos y luego yo los pintaba. Aquellas pinturas irradiantes que creaban los músculos de Zeus, las doradas trenzas de Hera y las blanquecinas alas de Démeter eran una satisfacción. Estaba seguro de que había nacido para ello, era un artista ortodoxo. A posteriori, mi progenitor persuadía a ser comprados.
No obstante, no había tiempo por perder en la movida plazoleta. Las vasijas me pesaban. En mi mano derecha tenía dos pequeñas, mi brazo sostenía junto con mi cuello una más grande y acompañaban a mi brazo izquierdo que cargaba la de mayor tamaño. Las gotas que corrían por mi frente y el color rojo de mi semblante no eran excusa plena para que algún esclavo caminara más lento o alguna carretilla corriera más lejos de mis lecitos.
Fue el llanto de un bebé el que distrajo mi atención. Tenía hambre, como cualquier otro ciudadano de la empobrecida Tebas. Su madre apenas tenía algunas migajas de pan entre sus ropajes; algunos lo consideraría un tesoro divino, mas no eran suficientes para calmar los alaridos del niño. ¡Pobres de nosotros, ciudadanos obradores, devenir los infortunios de una ciudad tan próspera!
Sin embargo, al retornar mi vista a mi camino, una luz interrumpió el ágora y me encegueció. Fueron unos segundos luego cuando podía observar con cierta dificultad lo que había a mi alrededor. La ciudad se había tornado un extenso desierto de arenas albinas. Todas aquellas personas que apresuraban el paso de una esquina a otra se movían sumamente lentas y llenas de paz. El firmamento estaba despejado, esclarecido.
No podía comprender aún lo que sucedía, mas fue una dulce melodía la que me hizo sentir apaciguado. Unos suaves sonidos de flauta doble envolvían mi cuerpo, haciéndome liviano y despojándome del peso de las vasijas. Alcé la vista, y mi densa vista se aclaró en una figura esbelta y agraciada.
Era una silueta femenina bañada en perfección. Estaba danzando con suma clase, apoyando sus puntas de pie sobre pequeños copos de cúmulos rosados que giraban a su alrededor. Sus movimientos eran firmes pero delicados, el compás de la música acompañaba tenues giros que formaban un suave manto que se sujetaba a la cintura de la bailarina. Sus manos acariciaban los cielos, que ondulaban junto con sus brillantes hebras de cristal. Sus ojos eran dos lagunas profundas y azulinas, y estaban rodeados por su delicada piel de porcelana fina que embellecía todo su cuerpo.
[...]
Era un amor incesante, dudoso, obsesivo, poderoso; era amor. Intenté ponerme de pie para aproximarme a mi estimada, mas ella se alejaba. Me extrañé, pero nada me pudo entristecer. Estiré mis manos hacia ella, mas nunca perdía su gracia y su estilo, incluso para escapar de mí. Algo parecía ser familiar, conocía a esa mujer. Era la protagonista de mis sueños más preciados. [...]

Intenté hablarle, mas mi voz era opacada por la melodía que ella bailaba. No me importaba, yo era sumamente feliz apreciando su hermosura. La conocía, la sentía cerca de mí. Seguía danzando, sus piernas oleaban un destellante compás de ternura y su mirada me ahogaba en un mar de encantos y amor.
Recordé en un fugaz momento cuando mi padre me trajo una gran crátera para pintar. Tomé mis pinceles, y dibujé a un mancebo que yacía en las hierbas del verde prado en las afueras de la polis. Estaba apreciando a Terpsícore, la musa más preciosa de las nueve hermanas. Era el ama de la danza y de la lírica. Recuerdo haberla pintado con un violáceo vestido de seda fina, el cual al ser balanceado dominaba el corazón del joven mortal. La pintura tenía finos rasos blancos, índigos y azules. Era una obra maestra, una pieza de arte que me cautivó el corazón desde el momento en que la vi.
Ella era una obra de arte, controversial y cautivadora. Tenía clásicos trazos y texturas, la pieza más perfecta de toda la península. No me importaba ser ignorado, yo era feliz apreciándola bailar y jugar con los astros. Me sentía flotando, libre, despreocupado, enamorado.
En ese instante fue cuando detuvo su danzar. Permaneció pálida, estática. Se acercó a mí. Sus gélidas manos rozaron mis mejillas cálidas. Tan pronto como intenté acariciarla, se desplomó en cientos de polvos áureos. Fueron los vientos los encargados de llevarse a la bailarina más perfecta. Mi corazón se detuvo, y mis lágrimas comenzaron a florecer, precipitando por mi rostro hasta estallar en los suelos. Las blancas arenas se tornaron oscuras, y el firmamento se nubló. La noche abrumó la ciudad. Los mercaderes y los artesanos que pululaban las calles ya no estaban. Estaba yo, sólo yo, solo.

El bebé continuó gritando, necesitaba alimentarse. La antigua Tebas se había empobrecido, el esmero y el trabajo no era suficiente para vivir. Lejos, en el pináculo de una montaña, la profetiza desprestigiaba al amor, mas afirmaba que era la sensación más preciada por los seres humanos, y que el verdadero sentido del amor daría a los hombres la vida eterna.
En el centro del ágora, un artesano tropezó y golpeó su nuca con una gran vasija pintada. Ésta sólo se resquebrajo sobre la figura de un joven echado en los suelos, mas el hombre que la cargaba desangrado había muerto.


...por Monsieur Magnifique

(Adaptación para blogspot)

miércoles, 13 de enero de 2010

Cartas de Rosa y Manuel (I)

27 de Abril de 1999
Querido Manuel:
Te has marchado hace tan poco y, sin embargo, es un trecho tan extenso para mí. La casa es tan silenciosa sin tu presencia, tan grisácea. No me alcanzan las palabras para decirte cuánta falta me hacés en mis días. Hace pocas semanas que te aventuraste a lo desconocido, y ya es un trabajo arduo para mí pagar las deudas y las facturas.
Julián dice estar muy ocupado con asuntos de la empresa, por lo que ya no viene más a visitarme. ¡Esa maldita empresa! Y Sonia, su querida mujer, mucho menos viene a ver si estoy bien o si necesito algo. Ahora de vieja me doy cuenta de que siempre estuve en su entrecejo. Santo Dios, uno se esmera tanto en criar a sus hijos y, ya crecidos, se olvidan de este longevo cuerpecito. Noto por qué ellos nunca me han dado nietos. Apuesto a que esos bribones sí hubieran venido a visitarme.
De todas formas, nadie me quita la alegría que tengo por vos y el éxito que estás teniendo, mi amor. Jefe de la expedición... ¿quién lo creería algún día? Era esperable. Siempre leyendo, informándote e investigando. Siempre fuiste muy querido por todos, también (familiares, vecinos, amigos, etcétera). Antes de ayer, pasé por la puerta del hospital camino al almacén y una avalancha de personas me atropelló preguntándome cómo estabas y cómo te estaba yendo. Muchas enfermeras, por cierto.
Viste, Manuel, después de tantos años al fin tu sueño se está cumpliendo. Imaginate cuando vuelvas con la cura de esa horrenda enfermedad y recibas el premio Nóbel de Medicina. ¡Qué orgullo, San Pantaleón!
Tené cuidado con los fríos de las noches, a vos que te encanta andar con el torso a la intemperie. Es inútil de todas formas: ¿quién es el médico acá? Igualmente, no necesitás muchos títulos para saber que el cuidado de esposa es mucho más seguro que el de un doctor.
Creo que es mejor que vaya terminando esta carta. Mi vida no ha sido la misma estas semanas sin vos, querido Manuel. Espero tener prontas noticias de tus descubrimientos y tus proezas. Escribime pronto, por favor.
Tuya siempre
Rosa

por Monsieur Magnifique

martes, 12 de enero de 2010

Soneto a una hija

Mi retoño buscaba por el prado,
mi hybris creará su destrucción.
Fuertes son Venus, Eros, la pasión;
funesto Hades me la ha raptado.

Oro Júpiter te haya salvado.

Dike, justicia absoluta, dicción.
Dando cristales lloro en aflicción;
¡oh, elegía a mi albo tomado!

Mi hija, ya muerta en vida estáis;
las Eridias, Perséfone te tienen,
mas seis meses, cretinos me matáis.

Dulce, de difuntos reina te quieren.
¡Por Cástor y Pólux, niña te irás!

Dios, muero. Viva infiernos te mantienen.


(adaptación de un mito griego)


Monsieur Magnifique



☺Producciones personales protegidas por Derechos de Autor

miércoles, 6 de enero de 2010

¿Escribimos? ¿Leemos?

Para continuar introduciendo al blog, nos preguntamos hoy: "¿Por qué escribimos?, ¿Por qué leemos?". El ser humano es la creación más exquisita del universo. Sus imperfecciones y el reconocimiento de las mismas y las ajenas lo convierten en un ser destacado. También, es un ser del lenguaje, de aquel elemento que nos da y nos quita, nos une y desune. La lengua es, en suma, parte de nuestra identidad, de nuestra cultura, de lo que nosotros somos. Es primordial el comunicar, el decir, el contar... todo aquello que haga fluir nuestros pensamientos y nuestros más profundos sentimientos. Las palabras pueden esculpir espacios colosales, que no son más que creaciones del ánima. No obstante, el escribir forma todas nuestras pasiones más hondas; ya sea acompañadas de la satisfacción de una lectura de un tercero o el simple orgullo personal de las fantasías fabricadas. Las posibilidades de jugar con la lengua nos hacen soñar, llorar, reir, dudar, temer... nos hacen sentir.

Leer y escribir son las virtudes indestructibles que los seres humanos poseemos. La virtud de comunicar, de mostrar, de ser. Las penas que nos agobian y frustran a algunos son aquellas nacientes al ver que muchos seres son, con desgracia, privados de tal celestial poder. Injusticia, ¿no?


...por Monsieur Magnifique

lunes, 4 de enero de 2010

¿Por qué el Jardín de Orfeo?

Un título es de suma importancia. El nombre de algo es un atributo inherente que le da identidad a algo. Es en mi caso el deseo de despojarme de este seudónimo tan cretino, pero no hasta tener absoluto goce de la independencia personal. No obstante, la identidad se arropa de un rótulo que, junto con las virtudes y cualidades individuales, se diferencian unas de otras.

Recalco nuevamente el uso de las palabras. Si en una costa camináramos y las olas espumosas acariciaran nuestros pies, observaríamos los pequeños granos de arena moviéndose hacia un lado y hacia otro. Aquellos copos son tantos como lo son las palabras que hay en el mundo: desde antiguas en el Mediterraneo, cruzando Eurasia, explorando las hojarazcas americanas y arribando a los neologismos imperialistas. Palabras oímos, palabras decimos, palabras inventamos (me considerizo un gran invencionador de palabras).

Imagino un inmenso prado verdusco, surcado por un río de vocablos. Una arboleda con hojas multicolores, cada una con una o varias expresiones escritas en ellas. Un edén con animales conviviendo en absoluta paz, donde no hay dominantes ni dominados, donde la armonía prevalece entre los seres claros y oscuros, grandes y pequeños [...] Donde el aire que se respira purifica las almas de los vivientes y los inspira a hablar, escribir, expresarse. Un lugar donde el diálogo entre los seres cesa los pleitos y las hostilidades y expande la concordia. Un sitio en el que el sol siempre resplandece y la oscuridad se esconde tras altos montes de nieves eternas.
Rescato, además, la figura del artista: un ser de pasiones, vehemencias y entusiasmos. Hasta nuestros tiempos posmodernos, admiramos a Orfeo como un héroe griego. Sin embargo, aquel título no fue logrado con escudos, yelmos y cabalgaduras; sino con un manejo de las palabras tan sutil y encantador que las han convertido en un arte. De la cultura helenística desciende el mundo, la historia y la cultura; y por ella comienza este Blog.
Fueron aquel elíseo, aquellos artistas y grandes personas que debemos admirar y, principalmente, las palabras... los que me llevaron a llamar a este espacio "El Jardín de Orfeo".

Bienvenidos al Jardín de Orfeo

  • A lo largo de las centurias, el ser humano ha encontrado diferentes medios para expresarse. La mente es un edén que alberga conceptos propios y tan complejos de compartir con los pares que las formas de divulgación han sido infinitas.
    Atravesando secuencias de movimientos, pasando por extraños dibujos y jeroglíficos, luego de deleitarnos con cánticos acompañados por liras y cítaras, y ser atacados por extensos manuscritos y hasta publicaciones masivas en periódicos y folletines; el hombre ha hecho de la palabra un arma letal. Los vocablos trascienden la vida humana en cualquier registro: existen previos a que seamos concebidos y permanecen mucho luego de que hayamos alimentado los suelos de la madre naturaleza.
    Es hoy que la avasallante globalización nos deja este medio como forma de expresión, y es lo que planeo hacer. Con mi corta vida, este jardín abrirá sus puertas a un mundo de fantasía y realidad, o al menos al mundo que vivo.
    ¡Bienvenidos al JARDÍN DE ORFEO!

    Sin más...
    Monsieur Magnifique
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