sábado, 22 de mayo de 2010

Cartas de Rosa y Manuel (IV)

Nairobi, 27 de Julio de 1999
Querida Rosa:

Hola, amor de mis días. Me apena saber que estás media pachucha; debajo de la repisa del living dejé mi agenda. Podés fijarte ahí los números de la Dra. Pichón Travishky, que te van a poder ayudar. No salgas de la cama, decile a la Juana que te vaya a hacer los mandados, si es necesario, pero vos no te muevas.
Acá las cosas están difíciles. Son días muy pesados de ardua investigación y sin obtener resultados. Mis huesos ya no funcionan como antes, y mucho menos mi cerebro. Si bien el equipo está altamente calificado, no puedo estar seguro sin supervisarlos ¡ay de mí!
Los elementos de laboratorio que disponen aquí no son de lo mejor, por ende tengo que utilizar un doble de esfuerzo. Muchos asuntos que pueden ser tratados de forma tecnológica deben ser hechos a sudor. De todas formas valoro el trabajo de mis colegas, pobres chicos.
Lamentablemente, tanto yo como los jóvenes estamos teniendo mucha presión sobre nuestros hombros. Hace unos días se nos envió un telegrama de la Secretaría de Ciencia y Tecnología de Kenya, epistolarmente amenazante. Nos advirtieron que si no realizábamos hallazgo alguno en un plazo de no se cuántos días (estoy viejo, vieja), deberíamos empacar y regresar. Si bien me desgasto cada día al no estar con vos, tengo un fuerte presentimiento de que estamos cerca de encontrar algo. No sé qué, pero algo importante. Mis ficheros diarios lo muestran, pero son sólo vagos axiomas. No pienso bajar los brazos. No ejercí mi profesión tantos años para rendirme.
Querida, es un gusto enorme escribirte. Cada trazo en esta carta es una expresión de mis sentimientos más profundos, de mis pensamientos que sólo vos conocés. Quiero que te cuides, y que llames a la doctora en cualquier circunstancia.
Sigo con los labores. Espero tu respuesta, rubí dorado.

Tuyo siempre
Manuel

PD: En cuanto a Julián y su mujer, yo sé que pronto las cosas cambiarán. También lo presiento. Espero que confíes en mí, tanto como yo en vos.




jueves, 13 de mayo de 2010

Esas cosas siempre suceden

Arduos jornales de trabajo, esmero, dedicación. Había acaecido el climax, y estaba por cesar. No faltaba mucho por terminar, sólo alrededor de unas doce palabras. Sólo doce, once, diez. No alcanzaban más pañuelos para secar mi frente. Nueve vocablos, ocho, espacio, siete, espacio. Barra, barra. El esfuerzo de tantas semanas, al fin, realizado. Recreaba en mi mente la coercitiva cara de mi jefe, persiguiéndome por los escondrijos del local. Seis, cinco, cuatro... casi. Pronto llegaría. Tres, dos... uno más.


De repente, apocalipsis.

Puta, se tildó la compu.



Monsieur Magnifique
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