Buenos Aires, 30 de Junio de 1999
Querido Manuel:
Disculpame si hace tiempo no escribo. He estado un tanto dispersa. Las cosas aquí no han estado del todo bien. Los glaciales vientos sudamericanos me han puesto la piel de gallina, internándome varias semanas en cama. Fueron aburridas tardes de Mirtha y Susana, quienes me ayudaban a hacerlo más llevadero. Por suerte, ya me siento mucho mejor. No era más que un dolor en el estómago y algo de mareos.
La edad no nos pega como antes, viejo. Suerte que mi marido es fuerte y tenaz, y aún tiene las fuerzas necesarias para aventurarse a lo desconocido. ¡Qué orgullo, mi amor! Sigo despertando con el añoro de tu regreso junto a una satisfacción increíble.
Julián estuvo muy presente durante mis días de enfermedad. Vino a visitarme, él y tu nuera. Supongo que habrán venido unas cuatro veces en tantas semanas. Lo valoro muchísimo, es un logro para él. No quiero amargarte con mis pesares bonaerenses, así que pregunto por vos, viejito...
¿La tropa te sigue? Sé que sí, sos muy compañero pero cuando querés te ponés en autoritario. ¡Qué risa! Sé que te debe estar yendo de maravillas, mas me gustaría leerlo de vos. No tengo mucha noción de cómo será el clima allá en África, pero confío en que te cuidarás. Sólo sé que la gente es negra y pobre, pero por suerte no se mueren de hambre por haber perdido el trabajo (acá sigue todo igual, Manuel).
Espero recibir una pronta respuesta tuya. Te extraño, y soy muy feliz sabiendo que estás bien. Manuel, sos mi única dicha hoy en día, ya que lo he perdido todo.
Tuya siempre.
Rosa