lunes, 14 de enero de 2013

Sin título (por ahora)

Escuché con virulencia a Monsieur Arnaud y su exposición. De a poco los participantes iban silenciando. Todos querían escuchar al sabio. Con su frente un tanto fulgente por el calor y su barba como la de los sabios de las tribus antiguas, el viejo captó la atención de los presentes. Una vez concluido el discurso, todos concluyeron en que su retórica causó un inesperado efecto de disonancia. Respiré profundamente el aguerrido diálogo entre los participantes de la escaramuza. Luego de un rato prolongado,  deslicé mi espalda por uno de los muros hasta caer en el suelo. Esos animales rugían, como monstruos, como máquinas gigantes que trituraban metales y los fundían. Yo meditaba, observaba el contrato, el polvo de mis uñas. Me hundí bajo una empalizada de pantorrillas y de calzados pobres que buscaban pan, que acarreaban bebés y que oscilaban al compás de los gritos, como si fuera un vals de la Corte. Abrí mi libro, y leí. 




(Fragmento)

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